Un día lejano, cuando más hundido estaba en el anonimato y en la
pobreza, encontré a un amigo que supo comportarse como tal. Nacho
Angulo, marqués de sangre y de alma, incansable trabajador, persona tan
buena que no sé si alguien le habrá pagado alguna vez tantas bondades,
encontró tan sólo a un músico sin éxito y sin recursos. Era la época en
que vivía yo con Rosetta.
-Pero, ¿cómo puedes componer si ni siquiera tienes una guitarra y un
grabador?- me dijo.
Tenía yo la guitarra de Rosetta, la vieja guitarra con una cuerda rota.
Allí intentaba construir mis canciones, pero muchas de ellas
desaparecían de mi memoria, apenas ideadas, porque no he sabido escribir
música y mi memoria no puede abarcarlo todo, aunque sea muy sólida.
Nacho decidió ayudarme, sin que se lo pidiera nadie ; al día siguiente
me buscó y me regaló un grabador de cassette, sencillo y manejable, el
mejor que existía entonces en el mercado. Lo conservo aún, desvencijado
y mudo, pero lleno de recuerdos. En él dejé encerradas mis primeras
canciones, los primeros balbuceos, fruto de largas horas de soledad y
trabajo en mi habitación prestada. Aquel cassette fue una herramienta
mágica y utilísima ; en el transcurso de los años he ido acumulando todo
género de artilugios, todavía ahora no resisto la tentación cuando voy a
actuar a Nueva York, a Japón o a Alemania de comprar los últimos
hallazgos de la electrónica -que generalmente olvido pronto en un rincón
de mi casa o regalo a mis amigos-, pero aquel polvoriento y agotado
grabador sigue en mis manos como un preciado tesoro.
Pero Nacho Angulo no sólo me ofreció aquel regalo espléndido, cuando más
lo necesitaba, sino otro que permanecería hasta hoy mismo en la sala más
noble de mi corazón. En realidad, Nacho se limitó a presentarme a
aquella mujer ; no podía regalármela porque no era suya, ni fue mía ni
de ella misma siquiera, añadiría yo parafraseando la hermosa canción de
Amancio Prada : Tusa.
Cuando tenía yo diez o doce años había visto en un cine de Alcoy una
película que me había dejado admirado. No tanto por la historia, que no
pude comprender del todo, aunque me había gustado mucho, como por la
presencia en ella de una mujer excepcionalmente bella. Me pareció tan
guapa como mi madre y como mi hermana, y Chelo, sentada a mi lado, se
rió mucho cuando le dije que era tan guapa como ella. Pero tardé muchos
años en saber que aquella mujer, que por entonces tendría unos
veinticinco años, se llamaba Lucía Bosé y que vivía en España. En 1971
Nacho Angulo me dijo un día :
-Mira, Camilo, ésta es Lucía Bosé.
Allí mismo comenzó entre nosotros una de las relaciones más hermosas y
pacíficas de mi vida. Yo no era entonces más que un aspirante a "ídolo
de la juventud" -como estaban programando ya los argentinos-, ella tenía
sobre sus hombros una historia larga, rica y plena. Había sido Miss
Italia al año siguiente al que yo nací, había sido una de las musas del
neorrealismo cinematográfico italiano, había sabido siempre elegir a los
mejores directores y los mejores proyectos. No sólo era una mujer muy
hermosa, sino con un gran prestigio en su carrera. Antonioni, Buñuel, De
Santis, Cocteau, Bardem la habían dirigido en filmes como Roma, hora 11,
Crónica de un amor, No hay paz tras los olivos, La señora sin camelias,
El testamento de Orfeo, Cela s'appelle l'Aurore, y, sobre todo, por lo
que a mí me tocaba, Muerte de un ciclista, la película que había visto
de niño. Luis Miguel Dominguín, "el torero" -como le llamaba ella- la
había traído a casa para desposarla, tenía tres hijos guapísimos, una
casa fastuosa en Somosaguas. Cuando la conocí hacía tiempo que vivía
separada de su marido y estaba muy interesada por la poesía y la música.
Más tarde seguiría con esas aficiones, a las que añadiría la
horticultura y el misticismo músico-vegetal, o como pueda definirse su
tipo de espiritualidad. Además, todos los españoles pudieron verla, tan
hermosa y apasionada como siempre, en una serie de televisión titulada
La señora García se confiesa.
Pero de Señora García no tenía nada en aquel tiempo.
Nos hicimos amigos íntimos muy pronto, de una intimidad total,
absorbente, irrepetible. De pronto, como si una mano superior a nosotros
mismos nos empujara, no podíamos estar el uno sin el otro : juntos a
todas horas, en todas partes, en su casa, en la mía de Dr Fleming, 31,
casi vacía de muebles aún, con los muchachos de Ariola entrando y
saliendo a todas horas y Jaime Torregrosa largándose de vez en cuando
para dejarnos solos. Rara era la tarde en que no se presentaba en
aquella casa y después de satifacer nuestra mutua pasión, nos poníamos a
investigar en cuestiones artísticas. Estaba yo empeñado en versos que
tuvieran sentido, pero procurando siempre no caer en los insoportables
ripios, con rimas impresentables, que poblaban muchas canciones de
éxito. Leía obras como Poeta en Nueva York o antologías de León Felipe,
los cantos de Leopardi y los rubaiyat de Omar Kheyyam (cuyo insólito
nombre completo no he olvidado desde entonces : Ghiyathunddin Abulfash
Omar ben Ibrahim al Kheyyam, aunque puede habérseme bailado alguna
letra), mis poemarios preferidos en aquellos años y que ahora han ido a
unirse a otros poetas leídos en la adolescencia o en los años
posteriores : leía a aquellos poetas para aprender a escribir sin las
esclavitudes a que frecuentemente obligan las notas musicales, y Lucía
Bosé leía conmigo, me ayudaba a comprender, me ayudaba a escribir,
juntos corregíamos los borradores y componíamos versos que jamás
pasarían al disco.
Al poco tiempo de conocernos realicé mi primer viaje a Argentina. Y
Lucía Bosé acudió a despedirme al aeropuerto y me llevó como regalo un
pequeño cuaderno de notas para que no desperdiciase mi tiempo y
continuase escribiendo. Desgraciadamente, como ya he contado, la
aparición de Marcia Bell no me dejó demasiado tiempo libre para el
trabajo.
De regreso, lo primero que hice fue llamar a Lucía. Llamar a Tusa, que
es verdaderamente el nombre que yo le daba en la intimidad, el mismo
nombre por el que su madre la había conocido de niña, según ella me
contó, y que únicamente yo utilizaba. Era una mujer independiente,
libre, con una personalidad arrolladora. No tenía problemas con
Dominguín. A veces cenábamos a solas en su casa y de pronto, como el que
hace un comentario insignificante, decía :
-Creo que mañana vendrá el torero.
Y al día siguiente venía Dominguín, hablaba con todo el mundo -era un
hombre simpático y muy inteligente, uno de los hombres del toro más
inteligentes que he conocido-, se ocupaba de sus asuntos y desaparecía
hacia su inmensa finca de las sierras cordobesas.
Tusa tenía -tiene- unos ojos que apenas se podían mirar fijamente, de lo
expresivos, poderosos y firmes que eran. A mí me recordaban siempre lo
que se contaba de la mirada de la reina Victoria de Inglaterra, ante la
que los oficiales del Ejército, en señal de sumisión, se cubrían los
propios ojos para no quedar cegados por tanta belleza. De ahí nace,
según cuentan, la costumbre del saludo militar, situando la mano en la
frente. Pero la belleza de la reina Victoria era, según se ve en las
pinturas, más de rango y de situación que de otra cosa. La de Tusa era
una belleza para desmayar a cualquiera y por eso yo frecuentemente me
acercaba a ella, en broma, con el saludo militar por delante (el saludo
que tan mal se me daba en el campamento de Sotomayor).
Al principio de nuestra relación salíamos juntos Nacho Angulo, ella y
yo, pero poco a poco Nacho fue retirándose y nos quedamos Tusa y yo a
solas.
Nuestra amistad fue creciendo. Cuando Ariola decidió que fuera a Londres
a grabar un nuevo disco, me acompañó Lucía con su hijo Miguel. Venían
también en la expedición mi productor Juan Pardo y Antonio Domínguez
Olano, como periodista, creo. Fue una excursión de locos, nunca me había
ocurrido otra cosa igual. Si en mi primer viaje a Inglaterra había
quedado deslumbrado por las modas, por los espectáculos, por el bullicio
de la capital del mundo que apuraba los últimos esplandores de la Década
Prodigiosa, ahora me sentía casi como en mi casa. Agrupados, después del
trabajo en los estudios De Lea, en Wembley, recorríamos todos los
rincones, husmeábamos en todas partes, nos divertíamos sin fatiga. El
disco Sólo un hombre iba tomando forma mientras todos nosotros tomábamos
de la vida lo que nos ofrecía y aún más.
Tusa no desperdiciaba ninguna oportunidad de comprar los objetos más
inverosímiles y estrafalarios, y nos convencía para que también nosotros
lo hiciéramos. Así caminábamos con unas alzas enormes, que casi parecían
zancos, haciendo difíciles equilibrios por King's Road y el barrio de
Chelsea. Claro que el hallazgo más excepcional fueron unos monos de
terciopelo y cintura de avispa, muy bonitos..., pero con la cremallera
por detrás, en vez de por delante. Los varones del grupo nos dimos
cuenta en seguida del gran inconveniente que presentaban cuando nos
acuciaban las ganas de acudir a los urinarios : había que desnudarse por
completo para una operación tan sencilla... Todo esto y mil historias
más provocaban carcajadas continuas, un buen humor que pocas veces he
vuelto a sentir. Tusa era la mujer más alegre del mundo. Su pelo la caía
por la espalda, como una cascada roja -según la moda del momento- y
obligaba a los severos londinenses a parar su marcha para mirarla. No
podían imaginar que aquella mujer era una de las más grandes actrices
italianas.
Entre la grabaciones que estábamos realizando en Londres figuraba una
canción cuya letra era de Lucía : Amor, amar. La he cantado siempre con
un gran entusiasmo porque para mí -como para ella- encerraba muchos
significados : Amor si tu dolor fuera mío y el mío tuyo, qué bonito
sería, amor, amar... Si tendré mañana para volar... Cabalgando la noche
se acerca tu nombre... Es un poema muy hermoso y , naturalmente, obtuvo
el enorme éxito que merecía, de tal modo que suele figurar aún en mi
repertorio habitual, tantos años más tarde. Luego, en 1974 y en el elepé
titulado "Camilo", volví a incluir otra canción de Lucía Bosé, Mi
verdad. Es casi un auténtico concierto, que grabamos con toda la
Sinfónica de Londres en pleno : En la oscuridad buscarte, lacrar mi boca
quisiera y dentro de mí hablarte... Tapiar mis oídos quisiera y en el
silencio escucharte... Para saber mi verdad... La letra era muy breve y
casi surrealista y yo le puse una música grandiosa, muy fuerte, de
manera que en la grabación resulta un verdadero concierto de dos minutos
y medio.
Tusa me acompañó en otros muchos viajes, no sólo por España. Recuerdo
que en México su costumbre de meterme siempre en bromas provocó una
situación pintoresca. Encontró en un hotel a una fan que estaba
esperando a Serrat y le dijo :
-Pues pasado mañana va a llegar aquí Camilo. Ten cuidado con él, que es
terrible. Será mejor que no te acerques.
La muchacha tomó la palabra con mucha frialdad e indiferencia, porque
ella -dijo- "era de Serrat". Es una chica gordita, de piel de
terciopelo. A los tres días de llegar yo tuvimos un pequeño encuentro y
nuestra relación no ha terminado aún. No creo que Serrat se ofendiera
porque le robase aquella fan...
Si en un momento dado nuestra mutua pasión fue declinando, como ocurre
siempre en la vida, Tusa y yo continuamos queriéndonos mucho. Todavía
ahora, de pronto, cuando termino de trabajar de madrugada, la llamo para
decirle que voy a desayunar a su casa. Ella madruga muchísimo y cuando
me presento tiene preparadas las maravillosas verduras que ella misma
cultiva. Podemos estar hasta la noche siguiente charlando de poesía, de
música, de nuestras vidas.
Ese mismo afecto existe entre su hijo Miguel y yo A veces, cuando él se
encuentra en los más alto de la fama, me preguntan si no siento celos.
¿Cómo va a ser posible? Sé que muchos se han presentado como
descubridores de Miguel Bosé, pero fui realmente yo el que le metí en el
mundo de la música. Los dos primeros singles que grabó están producidos
y compuestos por mí y editados por mi compañía, Ariola : Soy, Es tan
fácil, For ever for you, Quién... ¿Cómo voy a tener celos del muchacho
al que conocí en Londres con dieciséis o diecisiete años, con el que he
pasado tantos momentos felices? Para mí es doblemente amigo, por nuestra
historia común y por lo que admiro su trabajo. Para mí ha sido siempre
un orgullo tener amigos que triunfaran en cualquier aspecto de la vida,
gente que trabajara y que mereciera el éxito. Además, no puedo olvidar
que es el hijo de Lucía Bosé, de Tusa, una de las mujeres que más me han
influido y que sigo queriendo con más dedicación. Como en la época en
que estuvimos juntos.