Un colega que empezó su carrera dedicando una heroica y lacrimógena
canción al general Franco y fotografiándose con maserattis alquilados, y
que luego alcanzó mucha fama y mucho apoyo por su militancia
izquierdista, militancia que teñía a sus canciones de una calité que no
tenían, fue el principal responsable de una terrible campaña de
desprestigio que me azotó en uno de los momentos de más éxito de mi
carrera profesional. Después, cuando esa militancia le resultó
económicamente estéril, la abandonó y ha venido a caer últimamente en lo
territorios de la canción amorosa que tanto había criticado en mí, sólo
que escrita con mucho más comercialismo que convicción. Por otro lado,
muchos de los que entonces apoyaron su ingenio -incluido él mismo- ,
aunque no sus trapacerías subterráneas, han hecho más tarde lo que yo
había hecho entonces, sólo que por más dinero y sin riesgo a las
maledicencias. Sí, ahora todo el mundo va a Chile e incluso canta en el
palacio de Pinochet, si le pagan por ello. Ha debido de ocurrirles lo
mismo que a uno de los escritores que yo más admiro en el terreno
literario, a menos me placen algunos de sus comportamientos humanos ;
también Gabriel García Márquez prometió no publicar ningún libro
mientras estuviera Pinochet en el poder, pero cuando tuvo lista su
novelita corta -y maravillosa- Crónica de una muerte anunciada y cuando
supo que por ella le ofrecían una millonada, decidió publicarla con la
disculpa de que su promesa ya no tenía valor, pues el general chileno
estaba a punto de caer. De eso hace tres años y medio...
Pero me propuse cuando empecé estas relatorias no hablar de los
responsables de mis momentos amargos. Para mi fortuna, he tenido muy
pocos enemigos, e incluso la mayoría de ellos coyunturales. He sabido
siempre rodearme de afecto y ni los celos profesionales o amorosos me
han creado hostilidad duradera. Por otro lado, apenas encuentro en los
últimos veinte años comportamientos que me autoricen a calificar a
alguien como enemigo mío, salvo el mencionado suceso, en el cual, por lo
demás, debieron de influir más los intereses políticos de unos cuantos
que la pura animadversión personal. Me ha gustado siempre sentirme amigo
de todos mis colegas, he acudido a sus conciertos, los he aplaudido sin
reticencia y me llevo muy bien lo mismo con los que se quedaron en el
camino que con los que ocupan las primeras filas en el mundo musical.
He mencionado en algún lado mi admiración por los recursos poéticos de
Serrat, a cuyo lado he cantado muchas veces. De Julio Iglesias he
recibido siempre espléndidos consejos, pues adquirió experiencia mucho
antes que yo y nunca fue avaro de ellas. Siempre que lo he visto (y han
sido muchas veces, dentro y fuera de los escenarios), se ha ofrecido a
aconsejarme en asuntos profesionales y yo he procurado aprovechar sus
conocimientos. Con Raphael me une también una amistad muy larga. Le he
aplaudido en Madrid, en México, en Buenos Aires. Recuerdo que una vez me
llamó desde La Vegas a mi casa de Los Ángeles. Estaba solo en la ciudad
del desierto, adonde había acudido para ampliar su preparación, de la
que siempre ha sido responsable. Volé en seguida a su lado y pasamos
tres días deliciosos, como solteros de juerga, conociendo hasta los
últimos rincones de la gran capital americana del espectáculo. Y
Marietta, Rocío Durcal, mi vecina, casi mi hermana, tan maravillosa
siempre... Así podría enhebrar una lista larga de amistades en los
territorios profesionales, frecuentadas con mayor o menor asiduidad,
pero sin reticencias o retrancas siempre. Pero no me gusta colocarme a
mis amigos como medallas ; lo son, están ahí para echarme una mano o
para recibir la mía, no para lanzamientos publicitarios o escandalitos
equívocos. Prefiero, pues, dejarlo donde están : a mi lado.
Aquel año de 1973 fue muy trágico. Murieron cuatro de los hombres que
más he admirado nunca ; murió Picasso, murió Neruda, murió Casals (los
tres Pablo). Murió John Ford. Picasso estuvo siempre tan alto para mí,
desde niño, que ni siquiera soñé nunca con imitarlo. Los versos de
Neruda -tantos y tantos me sé de memoria- me han acompañado como
inseparables amigos, como una hermosa luz entre las manos. Respecto a
Casals, recuerdo la punzante emoción que sentí en la pequeña casa-museo
que le ha dedicado San Juan de Puerto Rico ; cada vez que voy a la Isla
Verde me paso por allí y me quedo un buen rato escuchando alguno de sus
conciertos grabados que ofrece constantemente un aparato de vídeo, al
lado de sus pipas, su fichas de dominó, las fotografías de su vida...
Viejo San Juan fue y sigue siendo un hogar cálido para el inolvidable
violonchelista.
También en 1973 ocurrió la tragedia de Chile, con el suicidio del doctor
Allende, a quien todo el mundo en su patria conocía con el afectuoso
nombre de "don Chicho", el hombre que creía en los votos y no en los
fusiles. Estaba ya en el poder el general Augusto Pinochet cuando yo fui
a actuar durante el fin de fiesta del Festival Viña del Mar. Conocía
bien los trágicos acontecimientos ocurridos en el país que tanto amaba y
acudí, como a tantos otros lugares, a cantar mis canciones, a hacer más
dichosa a la gente. Allí gustaba Algo de mí, Fresa salvaje, Amor amar,
Sólo un hombre ; allí compraban mis discos. Canté ante cuarenta mil
personas que por un momento podían olvidar lo que estaba ocurriendo en
su patria. No estaba entre ella el general Pinochet y nunca lo vi. Sin
embargo, cuando de Santiago viajé a la República Dominicana, tres
personas, únicamente tres, se lanzaron a mezclar la política con la
música y desde la semántica fácil de Camilochet emprendieron una campaña
contra mí como si fuera el gran soporte de la dictadura chilena. Aquello
era ridículo y procuré tomármelo a medias con humor y con dolor.
-¿Camilo-chet? Yo soy Camilo-ché, que para eso soy valenciano ché, de
Alcoy. Y no me gustan los políticos, ningún político, ché.
Pero también me dolió aquella interesada infamia.
En realidad una semana antes se había celebrado en la isla una "Semana
del pueblo" ; y continuaban allí muchos de los participantes. Cuando
llegué, salieron a recibirme tres Misses y se pusieron a bailar merengue
delante de mí, en bañador ; yo no quería acompañarlas en el baile y de
pronto, mientras hablo con ellas, me meten en un coche policial y casi
me raptan. "Bueno -pensé yo, que llegaba allí por vez primera-, serán
las costumbres de esta tierra..."
Pero en el hotel Jaragua estaba vigilado por policías en todas partes,
hasta en mi cuarto de baño. Vigilado o cuidado, porque habían anunciado
bombas por todas partes, protestando por mi presencia. Los asuntos
políticos entre el coronel Caamaño y el presidente Balaguer se volcaban
contra un cantante inocente. No había visto yo aún los periódicos, pero
estaba ya montada una tremenda campaña contra mí, bajo la dirección de
un periodista llamado Orlando Martinez, en cuya casa vivía el colega al
que aludí al principio. Amenazas de bombas en todas partes : en el
hotel, en las calles, en el Teatro Bellas Artes... Cuando fui a actuar,
había más policías con metralletas que público. Fueron unos pocos días :
espantosos. Al final conseguí escapar al refugio de Puerto Rico y tardé
muchos años en volver en Santo Domingo. Sin embargo, porque no tenía
nada contra su gente, elegí a una dominicana para el principal papel del
Jesucristo. Angelita Carrasco, y cuando fui con ella a cantar a la isla,
años más tarde, me recibieron casi como a un héroe nacional, con
formidables alborotos en aeropuertos y teatros. Olvidé pronto aquella
primera visita terrible. Y también a los tres individuos que estuvieron
a punto de causar una tragedia. Vive y deja vivir.
Si al menos me hubieran acusado de cantar ante Stroessner... Ante él sí
que estuve, en su casa. Fue lo que llamaría yo una "invitación forzada"
y una situación surrealista. En un salón en el que mezclaban Versalles y
las Encomiendas, con una cirstalera inmensa que daba a un hermosísimo
jardín, estaba reunida la familia del Presidente para festejar el
cumpleaños de una de las hijas. Todos vestidos con una elegancia de
película de Hollywood. El general entraba y salía, vestido de paisano,
sonriendo, de un lado a otro siempre, sin sentarse. Sirvieron té y
dulces, como acostumbran a hacer en las fiestas de Asunción y de
Montevideo, a la manera inglesa. Adolfo Waitzman le daba al piano y yo
iba cantando mis canciones, que se recibían con educados aplausos. De
pronto, aparece Tinín por una puerta lateral gritando como un poseso.
Estaba congestionado y furioso ; yo creo que ni llegó a enterarse de
dónde estaba, de la gente que se encontraba allí.
-¡Cagüen tal! (en realidad decía una blasfemia mucho más fuerte). ¿No
tienen aquí whisky de importación? Dijeron que había whisky y me dan
agua caliente. ¡A ver, hostias, que me traigan whisky de importación!
Tanto Stroessner y tanta mierda y no hay whisky...
Sospecho que en aquel preciso instante no estaba allí Stroessner, pero
todos nos quedamos helados. Waitzman, después de un silencioso titubeo,
tecleó con suavidad su piano. Yo me callé. Las mujeres miraron
espantadas. Tinín, el torero, dio un portazo y siguió gritando a lo
largo de un pasillo. Cuando volvía a abrir la puerta del salón en que
estábamos, un guarda lo tomó del brazo y se lo llevó. Sólo ocurrió que
le dieron por fin su whisky, hasta que se tranquilizó. Y el Presidente
salió a despedirnos, sin mencionar para nada el incidente.
Fue aquella la única vez que he tenido relación con personajes de la
política. En principio, no me gusta ninguno de ellos ; no me gusta que
me rodeen ni halagarlos. En cuanto ciudadanos corrientes, los acepto
como a cualesquiera otros. En realidad, no son ellos los que no me
gustan, sino las miserias de su trabajo. Jamás he rozado siquiera los
bordes de la política, de ninguna política. Es una actividad en la que
he conocido, siempre a través de terceros, demasiadas mentiras,
demasiadas inmoralidades, demasiadas trapacerías. Sobre todo en los
países en que la he visto más de cerca. En mi propio país, cumplo mi
deber ciudadano del voto, procuro elegir a quien me parece mejor, pero
no corro a apoyar ninguna facción o partido, ni con la dictadura ni con
la democracia. Mi misión en la vida es intentar que la gente sea feliz
con una canción de tres minutos, no apoyar a los que quizá luego puedan
decepcionarme.
Sin embargo, durante meses arrastré aquel injusto Camilochet. Yo, que
siempre me he sentido tan orgulloso de mi nombre, el mismo que llevaron
mi abuelo y mi bisabuelo, el que lleva un tío mío, un primo mayor que
yo, un sobrino y, ahora, también mi hijo. Sé que es un nombre
infrecuente y hasta extraño. El más grande de los Camilos españoles
escribe así al comienzo del primer tomo de sus memorias, titulado "La
Rosa" : "Camilo no es un nombre muy bonito, es un nombre extraño, que
suena a francés o a ruso, pero a mí me hubiera parecido una necedad que
mis padres, guiados de un criterio de estética o de historia de
guardarropía, me hubieran puesto, al bautizarme, Gustavo Adolfo, o Julio
César, O Victor Manuel, o Marco Antonio ; estos son nombres de negros de
las Antillas". El académico Camilo José Cela se siente tan orgulloso de
su nombre como yo. La vida de nuestro común patrono, San Camilo de Lelis,
me interesó mucho más que la de Domingo Savio. La leí durante unos
ejercicios espirituales con los salesianos y me llenó de gozo el corazón
el conocimiento de que en su juventud llevó una vida bastante alegre y
retorzona. Se hizo santo de mayor, lo que me permite a mí alimentar
muchas esperanzas...
Es el nombre que he usado toda mi vida, incluso desprovisto de apellido.
Siempre fui Camilo a secas en el colegio ; salvo el profesor de dibujo,
que estaba empeñado en llamarme Chato, todo el mundo me conocía por
Camilo. Y lo mismo en la mili. Nunca fui "el número 20", que fue el que
tuve ; nunca fui el soldado Blanes, sino Camilo. Sólo había un Camilo
entre siete mil militares.
Por lo que respecta al Sesto, asunto que me preguntan cinco veces al
día, tiene una historia bastante estúpida. Cuando andaba yo intentando
que alguien escuchase Llegará el verano, fui una noche con Junior a un
programa de Encarnita Sánchez en Radio España. Junior y yo nos
parecíamos bastante : delgadísimos, altos... Estábamos cara al público y
alguien dijo que por qué no me ponía como nombre Junior Segundo. Yo en
broma respondí que mejor Camilo Sexto. Como luego coincidía con los
Camilos de mi familia, aquella broma quedó plasmada en mi siguiente
disco.
Pero luego en México empezó a circular un chiste a costa mía. La mujer
del presidente Echeverría no debía de tener muchas luces y se inventaban
cuentos sobre sus viajes a Europa. Cosas como : "¿Y fuiste a ver el
Entierro del Conde de Orgaz en Toledo?" -le pregunta una amiga. "Ay, no,
hija ; estaba de vacaciones, no iba yo a meterme en entierros, aunque
fuera de un conde". El otro chiste decía :
-¿Y no has conocido a Pablo VI? (papa entonces reinante).
-A él no, pero sí conocí a su sobrino Camilo Sexto. Es un chico muy
guapo que canta muy bien.
Por alguna razón me disgustó aquella broma -hoy me divertiría mucho- y
en el disco siguiente aparecí como Sesto, con ese. Así he quedado...,
aunque no para todos. En castellano, la palabra resulta extraña -por
incorrecta- y muchísima gente, incluidos locutores y periodistas, siguen
diciendo Sexto. No importa demasiado, porque en realidad desde antes de
Los Dayson, he sido únicamente Camilo, solamente Camilo. Es como me
gustan que me llamen.
Tal vez porque mi nombre completo resulta algo comprometido. Según
algunos tratadistas de lo esotérico, aquellos nombres formados por seis
letras tres veces son la marca del Anticristo. El mío tiene esa
prodigiosa marca. Y también el de Ronald Wilson Reagan... Todavía no he
notado señales especiales de esa cualidad, pero todo pudiera ocurrir.
Como tampoco encaja demasiado en mi manera de ser el signo zodiacal
Virgo, bajo el que nací. Me persiguen las Géminis -y las persigo yo-,
cosas que astrológicamente no parecen muy correctas ; soy relativamente
desordenado, con un orden desordenado, pero no adorador del orden como
dicen de los Virgo. Tal vez mi cara refleja mi signo, pero no he logrado
aclararme mucho sobre la cuestión, al margen de mi aspecto aniñado.
Generalmente somos muy cómodos y creemos aquello que más nos conviene.
Con los horóscopos a cuestas puede uno librarse de pensar o de decidir.
No es mi caso, ciertamente. Los leo a veces, me divierten, especialmente
sus muchas contradicciones y el hecho de que dividan la Humanidad en
sólo doce clases de individuos, con lo complicados que todos somos. En
cualquier caso, parece que soy Virgo -en realidad, lo fui durante muy
poco tiempo-, pero me dominan Escorpión y Sagitario. ¿Quién soy
realmente? ¿Tal vez -bromeando- una sombra, un sosias del Anticristo?
Por lo que sé, únicamente soy Camilo.