En el avión empecé a sentirme frágil y solo. Tan solo que me dolía la
garganta. En medio de la noche del cielo, cuando cada hora tarda poco
mas de media hora en pasar por los usos horarios, pero parecen siete
horas cada una de ellas; en esa situación indecisa de todos los viajeros
aéreos, aunque no tengan ningún miedo al avión, de pronto me sentí solo.
Debió de ser una sensación efímera, pero punzante e insidiosa. Me vino
incluso a la cabeza un verso escrito por el cura Ernesto Cardenal-
muchos años antes de ser ministro de Cultura sandinista en Nicaragua -
en forma de oración por Marilyn Monroe: sola como un astronauta frente a
la noche celestial, quizá por el hecho de encontrarme en medio de esa
noche celestial. El monótono zumbido de los motores, el roce del aire al
otro lado de la ventanilla, los silenciosos paseos de la azafata y la
pacífica somnolencia de mi manager, tranquilo a mi lado en la cabina de
primera clase, me hacían sentirme más abandonado que nunca, como perdido
para siempre.
-José María, que no pudo hablar.
-¿ Cómo dices?
Me llevé una mano a la garganta y repetí mis palabras. Apenas pudo
oírme.
-¿ Te duele la garganta?
Hice un gesto afirmativo con la cabeza.
-No voy a poder cantar mañana, José María.
José María Lasso de la Vega, que era mi segundo manager- creo que
también entonces el de Serrat -, mayor, con toda la experiencia del
mundo, extendió ante mí su mano derecha. Sobre ella brillaba un
diamante, como una nuez; el resplandor parecía conferir a aquella mano
grande y pesada una aura de ligereza: como la mano de un ángel. Dibujó
en el aire una especie de círculo:
-No te preocupes, muchacho. Si mañana no puedes cantar, no cantas. No
pasará nada. Duerme tranquilo.
Cerré los ojos. No poder cantar en Buenos Aires era una tragedia. Por un
momento pensé que iba a terminar mi carrera si no podía cantar en Buenos
Aires. Cantar en Argentina era demasiado importante para mí.
Había realizado mi primer viaje unos meses antes, al lado de mi primer
manager Juan Martínez, alias Tino, y había sido un conjunto de aventuras
alucinantes. De momento, Tino me había convencido para que me hiciese
unas fotografías con un pantalón vaquero que no me gustaba nada. Son
cosas de promoción, no tienes más remedio. Luego, poco antes de subir al
avión, nos dimos cuenta de que en Argentina era entonces invierno (
Junio en España, creo recordar ) y que yo no tenía abrigo. Tino no
perdió el tiempo. Me trajo uno suyo, de piel, enorme. Pasear en junio
por Madrid con aquel abrigo fue todo un espectáculo.
Y apenas aterrizamos en Buenos Aires me encuentro toda la ciudad
empapelada con enormes cartelones en donde aparecía yo vestido de
vaquero: El ídolo de la juventud viste pantalones Kansas. Al parecer, el
Algo de mi había sido en Argentina un éxito gigantesco (dije ya que me
dieron allí mi primer disco de oro, antes que en España) y una
consecuencia de que todo el mundo conociese mi canción eran aquellos
anuncios. Si hubo dinero de por medio, no lo sé ni quién pudo
llevárselo. El empresario argentino organizó aquella publicidad por la
que, como yo es lógico, no cobré un duro. Pero sería el primer y último
anuncio que he hecho, aunque luego las ofertas se han presentado por
millares. Por ahora pienso que mi misión en la vida es cantar, no
anunciar calcetines o desodorantes. Tampoco es misión mía en la vida lo
que esos asuntos proporcionan, es decir, ganar dinero. Que me paguen por
cantar, que me paguen mucho, me parece bien, porque es una forma de
reconocer el mérito de mi trabajo. Presentarme como consumidor eximo de
cualquier cosa no me apetece demasiado.
Pero aquel Buenos Aires lleno de camilosestos en vaqueros me pareció
maravilloso. Creo que di un abrazo a Tino por aquella idea. Durante un
par de semanas estuve paralizado por la emoción de aquella inmensa y
animada ciudad. Era la primera vez, aparte de viajar a Londres, que
salía de España; la primera vez que me presentaban como ídolo. El día
carecía de horas suficientes para alimentar mi asombro y mi entusiasmo:
el mercado de San Telmo, las formas de hablar, los boliches donde el
tango fluía como una fuente inagotable, las librerías abiertas
veinticuatro horas, sesiones de teatro vanguardista que comenzaban a las
dos de la madrugada, las grandes avenidas llenas de gente hermosa, los
bifes de chorizo y los panqueques y el queso con dulce de membrillo, el
barrio de Boca, el ineludible paseo por la calle Caminito, con sus
fachadas pintadas de colores... Ni Londres era entonces una ciudad tan
bulliciosa, tan viva, tan joven como Buenos Aires. Recorrí la ciudad
palmo a palmo, como el más devoto turista.
En principio, sólo estaba previsto que actuase en Canal 9 de televisión
y en una pequeña discoteca, pero el empresario, animado por el éxito y
por los dividendos de los tejanos - supongo-, organizó a toda prisa una
gala en el teatro Rex, todo lleno de dorados y rojos. Media docena de
músicos aprendieron a toda prisa algunas de mis canciones y así me
presenté. El teatro estaba medio vacío, ya no sé si porque no había
tenido tiempo de anunciar mi actuación. Las canciones que el grupo no
había logrado aprender las cantaba acompañándome de una guitarra o sin
música, a capella, como realmente me gusta cantar. La gente aplaudió
mucho y confieso que fue la primera vez que los aplausos me
impresionaron, especialmente porque era aplausos vigorosos y sin
escándalo. El público vestía de gala y me aplaudía como a un director de
orquesta o a un actor que hubiera representado a Shakespeare. Conocía el
griterío de las discotecas, de las plaza del pueblo, de los cabarés; el
humo de las salas de fiestas, el jolgorio de las fiestas patronales y de
las actuaciones en radio. Aquello sobrepasaba cualquier experiencia. Y
hasta que me encontré, años más tarde, ante seis personas en el Radio
City Music may de Nueva York, el teatro cubierto más grande del mundo,
no tuve una sensación parecida.
Si hubo muchas cosas que me habían impresionado en aquel primer viaje a
Buenos Aires. Quizá la más importante de todas se llamaba Gabriela
Isabel Jackiewisky ( aunque no pondré mis manos al fuego por la
exactitud del apellido). Cantaba algo, hacía alguna peliculita y era
rubia, brillante, ojos azules, sumamente divertida. Su nombre artístico
era Marcia Bell.
Era de origen lituano y me la presentaron en mi primera noche en Buenos
Aires. Ya no me separé de ella mientras estuve allí, ni durante aquel
viaje ni durante los siguientes, hasta que logré que ella se viniera a
España conmigo. De pronto, a quince mil kilómetros de Madrid, me
encontraba tan cómodo en el salón de mi casa rodeado de mi gente. Al
lado de Marcia me sentía tan dichoso que me preguntaba:
-Bueno, pero ¿ dónde estoy?
Era ella joven y lo que sigue siendo. Niña traviesa, jamás dejaba de
reír y gastar bromas. Su sueño era venir a vivir a España, y le di un
cheque para que se comprara un billete Buenos Aires- Madrid, con derecho
a todo. Tardó varios meses en hacerlo, aunque de vez en cuando me
llamaba:
-¡ Ché! ¿ Cuándo querés que vaya, Camilo?
-¡ Venite ya!
Se las arregló para cobrar aquel cheque de mi cuenta de Madrid y
apareció en Barajas. Antes de llevármela a casa, pasamos por la boutique
que mi amigo Juanjo Rocafort tenía al lado de Carlos III, la vestí de
arriba abajo, le compré sus trajes, sus zapatos, sus plumas y nos fuimos
al Palacio de la Música, donde hacía su presentación Raphael, después de
dejar en mi casa su apabullante y voluminoso equipaje. Yo llevaba una
chaqueta de leopardo- falsa, pero que daba el pego-.Hacía un año que la
hacia conocido a Marcia nunca había estado tan hermosa. Los periodistas
se nos echaron encima, porque era ciertamente una mujer espectacular.
Y de allí nos fuimos a la casa que acababa de comprar en Jorge Juan, un
duplex que me había costado todos mis ahorros. Marcia consiguió hacerse
un nombre en Madrid muy rápidamente. Se integró en el grupo de azafatas
del programa de televisión Señoras y señores, de Valerio Lazarov, junto
a Cantudo, Angela Carrasco, Norma Duval, Victoria Vera creo y otra chica
que luego se casó con el guitarrista de los Pekenikes. Grabó algunas
canciones con letras desastrosas que yo tuve que arreglarle, terminamos
peleando, salió luego con Ramón Ribas, fue novia de Dany Daniel,
finalmente se casó con un cantante argentino y ahora vive en México, con
su marido y sus hijos. Isabel, Isabel, lo que yo daría por tenerte otra
vez. Duró poco tiempo, ¿ quién sabe por que? La canción que le dedique
en mi disco "Camilo", enmascarada bajo su verdadero nombre de Isabel y a
cuya protagonista, por lo tanto, nadie logró descubrir, explica un poco
lo que fue para mi Marcia y la brevedad de nuestra relación.
Se llevaba muy mal con Petra, la mujer que ha cuidado de mi casa y de mi
mismo desde que tenía diecinueve años, sobre todo porque tenía poco
respeto a mi dinero, y ningún aprecio a las plantas, cosas ambas que
Petra no ha podido soportar en nadie. Al que no le gustan las plantas no
es buena persona, Camilo, dice siempre Petra y yo le doy la razón. Lo
del dinero a mi me importaba mucho menos, pero mi ama de llaves ha sido
muy rígida en las cuestiones económicas del hogar. Por otro lado, Marcia
tenía el don de llevarse mal con muchos de mis amigos y amigas. Odiaba a
muerte a Angelita Carrasco, con la gente que yo he trabajado toda mi
vida y a la adoro... De manera que en algún momento, no mucho después de
haberla recibido en Madrid como a una reina, hube de invitarla a cambiar
de domicilio. Para empezar, se fue a vivir con Roseta, cuya casa ha sido
una especie de asilo de mis ex. Allí permaneció vinculada a mí, aunque
de lejos, como la propia Roseta, hasta que buscó aires más libres.
Pero habíamos tenido tiempo de divertirnos mucho juntos. Me acompaño en
giras por toda España, se vino conmigo a Londres para la grabación de
otro disco, las revistas publicaron docenas de fotos de los dos y
nuestra historia amorosa era un tema de conversación frecuente entre las
gentes del gremio y los que nos siguen. Es verdad que me alegró muchas
horas de mi vida y que fuimos muy felices juntos mientras duró. Claro
que como ya me había ocurrido lo mismo media docena de veces, no fue
demasiado dolorosa la despedida. Y desde luego, menos traumática y
agitada que algunas de las anteriores...
Marcia Bell, lo más hermoso que encontré en Buenos Aires, durante mi
primer viaje...
Mientras realizaba mi segundo viaje con Lasso de la Vega esperaba sobre
todo estar en buena forma para cantar delante de ella. Pero me había
quedado mudo. Y Lasso de la Vega, moviendo antes mis ojos su diamante
tipo manzana, insistía:
-No te preocupes, no te preocupes...
Tiraba de la mantita para que fuera más arropado. Unos asientos más
atrás, Tinín, el ayudante de Lasso; Adolfo Waitzman, que me acompañaba
como director musical, y su mujer Encarnita Polo, dormían. Yo me sentía
solo porque no tenía mi voz.
Llegamos al aeropuerto de Ezeiza. Periodistas, cámaras de televisión, y
un coche que me conduce a casa de un médico.
Me mira la garganta, habla con mi manager y vuelta al coche y a casa de
otro doctor. Bueno, ¿ qué está pasando aquí?, me preguntaba yo. El nuevo
médico vuelve a mirarme, prepara una jeringuilla de veinte centímetros
de largo:
-Súbete las mangas.
Estoy sentado en una especie de sillón de dentista, sin abrigo, sin
chaqueta. Me subo las mangas de la camisa y de repente ¡ plaf!, aquel
matasanos me clava la aguja a un lado de la garganta. Antes de que
pudiera respirar, vuelve a clavármela en el otro lado. Ni siquiera tuve
tiempo de desmayarme. Porque para consolarme de aquella sorpresa volvió
a clavarme dos veces más la aguja, ahora una vez en cada brazo... Me
había inyectado dosis de un medicamento de caballo que me dejó helado.
Tuvieron que ayudarme a vestirme. Yo ni siquiera podía gritar... Y de
nuevo al coche, al aeropuerto, a otro avión. Cuando me di cuenta
estábamos todos en Asunción la capital de Paraguay, después de una larga
escala promocional en Resistencia.
Y tenía que hacer el triplete aquel mismo día. Cuando íbamos a la
primera actuación en una emisora de radio, el coche en el que viajaban
el director y el guionista se pegó un golpe y hubo que llevarlos a todos
al hospital, con lo que la presentación que me hicieron fue de una
antología del desastre... Después fuimos a la casa del Presidente
Stroessner, a cantar en el cumpleaños de su hija, lugar en que Tinín
tuvo una de sus maravillosas actuaciones, como ya contaré. Finalmente, a
una discoteca llamada El Caracol. Debía cantar en un escenario circular
y giratorio, bastante alejado de los músicos. Pero los músicos habían
sido contratados con premura, como siempre, y sólo tenían una idea muy
somera de mi repertorio. Para mayor facilidad, sólo había sobre nosotros
un grupo de focos. Cuando las partituras de los músicos caían bajo la
luz de los focos, todo funcionaba a las mil maravillas. Pero la
plataforma giratoria los apartaba en seguida de las luces y los pobres
muchachos se quedaban con el dedo colgando y sólo podían tocar al azar:
turu-tú-titi-ñac... Así sonaba aquello. Menos mal que el batería era un
tipo ingenioso y conseguía mantener un ritmo aproximado. Y yo,
milagrosamente curado de mi mudez por aquellas inyecciones, estaba
decidido a cantar como fuese, con la música al revés o sin música.
Después volvimos a Montevideo y recalamos por fin en Buenos Aires,
ciudad maravillosamente llena de Marcia Bell... He regresado muchas
veces a Argentina. Sin desmerecer de otros países americanos, ha sido,
con México, Venezuela y Puerto Rico donde más a gusto me he sentido.
Aquella segunda vez- y tampoco otras posteriores, ciertamente- no
careció de peripecias. Veníamos muy quemados de Paraguay, pero nos
esperaban todavía algunas hazañas. Volvió a mirarme el médico y se quedó
muy satisfecho del resultado de su actuación. Ante su puerta, Tinín me
había pedido permiso para partirle la cara, pero le rogué un poco de
calma.
Tinín, José Manuel Inchausti por verdadero nombre, era torero, pero
trabajaba por amistad como road-mánager para Lasso de la Vega, que por
entonces era el más importante de los managers españoles. Llevaba o
había llevado al Dúo Dinámico, Juan y Junior, a Celia Gómez, a Serrat, a
Antonio Amaya, a decenas y docenas de artistas importantes. T Tinín era
su mano derecha..., o su puño derecho. Cordial, amable, servicial y
eficacísimo, sólo le faltaba para ser perfecto un poco de finura y
diplomacia.
Pues bien, la primera actuación fue en el Centro Gallego. Ante la falta
de la puerta trasera, tuve que salir por entre el público, por la puerta
principal. Pero la gente, españoles en su mayoría, se había arremolinado
por todas partes, se había subido a mi coche. Comenzaron a aparecer
policías a caballo, con unas porras impresionantes, y como ocurre muchas
veces en que los policías no saben cómo arreglar las cosas , se liaron a
golpes contra todo el mundo, los caballos saltando por encima la
multitud. Hubo docenas de heridos y un escándalo espantoso.
A los pocos días tocaba el Canal 9. Buenos Aires estaba entonces muy
tenso por la proclamación de Perón como candidato a la presidencia del
justicialismo: manifestaciones, policías y militares por las
calles...Entre Lasso y el empresario argentino Alfredo Capalbo tenían
algunos negocios poco claros. Lasso dirigía la operación desde la
habitación del hotel y Tinín y yo fuimos a la emisora. Grabé una
actuación y salimos. Una vez acomodados en el coche, los militares meten
las ametralladoras por las ventanillas diciéndonos que volvamos a
entrar, que yo tengo que hacer otras dos grabaciones más. Tinín se
cabrea y empieza a soltar todos los tacos y blasfemias que conocía, que
eran desde luego muchos, más de los que yo he oído jamás.
-¡ Por Dios, Tinín, que nos fríen, cállate, que tengo el tubo en la
sien!
A Tinín, el torero, no le daba miedo nada. Siguió jurando y
despotricando contra los militares. Hasta que salió alguien de la
emisora, parlamentó y nos obligaron a entrar de nuevo. Al parecer, el
contrato estipulaba que yo debía grabar más canciones.
-¿ Cuántas quieren, diez, veinte, cincuenta? Estoy grabando aquí hasta
que me caiga redondo, hasta que se vayan estos señores.
No podía decir otra cosa, porque los militares seguían con sus armas en
la mano, mientras Tinín releía el contrato y echaba pestes contra todos
los muertos, los vivos, los seres celestiales y los infernales. Al fin
se solucionaron las cosas, a costa de mis pulmones, naturalmente, y
volvimos al hotel.
Todo aquellos follones y otros muchachos que no vale la pena mencionar,
con los empresarios, con los músicos, contratos firmados en una
servilleta de bar, hicieron que Lasso de la Vega dejara de ser mi
manager. Aunque siempre me trató, en el poco tiempo que estuvimos
juntos, como un padre. Tinín también desapareció de mi lado, como
consecuencia de ello. Y lo sentí mucho porque era un compañero ideal,
sobre todo para los momentos de apuro. Empecé a descubrir que en la vida
de un cantante conocido esos momentos suelen ser más de los que a él le
gustaría encontrar. De todas maneras, Lasso y Tinín siguen siendo hoy en
día grandes amigos míos.