Detrás del disco Algo de mí, aparecido en 1972 con once canciones,
cuando tenía yo veinticinco años y medio, se ocultaban muchos trabajos,
muchas tentativas, muchas esperanzas. Juan Pardo se empeñó en que
aprovechara algunos playbacks que tenía preparados para un muchacho de
Galicia y que les pusiera mi voz. Eran nada menos que Oh Mary y el Sole
mío.
-Pero si yo voy de moderno por la vida, ¿cómo voy a cantar eso?. Quiero
canciones inéditas, tuyas y mías, pero inéditas.
-No te preocupes. Quedará bien. No me hagas esa faena. Tengo los
playbacks listos...
Accedí a su deseo para no enfadarnos, aunque deseaba incluir únicamente
canciones propias. Y quedó bien, mucho chorro de voz, pero no era más
que una italianada.
Luego, a lo largo de los años, he incluido muy pocas canciones ajenas a
mis quince discos de larga duración: algo de Los Beatles, Puente sobre
aguas turbulentas, Si se calla el cantor y algunas mías que me gustaban
muy especialmente. Mi obra discográfica por consiguiente, editada desde
Japón a Chile y desde Holanda a California, está compuesta por un
centenar y medio de canciones en esos quince discos esenciales, a los
que habría que añadir otra media docena de selecciones, antologías,
"grandes éxitos", etc.
Después de que Pardo fuera enseñándome los secretos de la producción, a
partir de mi tercer disco Algo más, yo mismo he producido por lo general
mi propia obra. Con eso ganaba libertad e independencia. Por otro lado,
muy pronto dediqué también parte de mi tiempo a producir discos de
otros, generalmente con canciones mías, siempre gente amiga y carcana.
No sería fácil desmenuzar todo ese trabajo de una docena de años, un
trabajo que me llevaba de Madrid a Los Ángeles y de Turín a Nueva York.
Sin que haya tenido nunca deseos de convertirme en una especie de
ejecutivo del "show bussines", aprendí tanto en mis años de espera,
incluso en los territorios de la técnica, que no he podido negarme a
solicitaciones de ese tipo. Nombres bien conocidos como los de Ángela
Carrasco -la más cercana siempre, la más amiga- Celentano, José José,
Lucía Méndez, la mujer de Herp Albert, Lani Hall, el grupo Alcatraz, que
actualmente me acompañaba, Miguel Bosé han ofrecido a veces su música en
producciones mías, casi todas ellas muy afortunadas.
¿Y cómo resumir esa dura y larga tarea? Mis discos han ido siendo
editados regularmente a un ritmo de nueve o doce meses. Y desde que
obtuve mi primer disco de oro en Argentina en 1972, son muchos miles las
copias vendidas en medio mundo, cada vez mas copias, cada vez en más
países. ¿Tienen algún interés especial estos hechos? Significan solo
muchas horas de ensayo, de esfuerzo en los estudios de grabación,
midiendo cada sonido, cada letra, noches sin dormir y discusiones
interminables con los técnicos. Personalmente me importa mucho más -más
que su éxito- la verdad de esas canciones.
La mayor parte son canciones de amor, como todo el mundo sabe. Y no por
una operación de marketing, no por necesidades del mercado, sino porque
el amor, como he repetido ya, ha sido el verdadero elemento de mi vida,
desde el amor de mi madre hasta el que ahora mismo siento por mi pequeño
hijo. Y hay -en mis canciones, como en mi vida- amores de todos los
tipos, o de casi todos géneros posibles: tranquilos y apasionados,
perdidos e imposibles, fecundos y estériles, efímeros y eternos. Porque
la mayoría de esas composiciones no responden a una elaboración
intelectual, no son un producto de laboratorio: mi vida expuesta en
ellas como una foto polaroid. Si ahora mismo intentara analizarlas una a
una, detrás de todas encontraría una historia, un momento fugaz que me
obligó a escribirla, un recuerdo punzante y largo...Muchas canciones
dirigidas a alguien, se refieren a alguien, son de alguien. En los
textos la imaginación tiene poco cometido. Soy un hombre profundamente
observador, incluso inconscientemente voy absorbiendo como una esponja
todo lo que ocurre a mi alrededor, los sentimientos de la gente que me
rodea; y buena parte de esa observación, se refiere a mí mismo, admite
aplicación a otra persona, se transforma y hasta se altera. Eso es lo
que me permite, por ejemplo, cantar con la misma pasión una misma
canción más de doscientas o trescientas veces. El cantante que es al
mismo tiempo autor de lo que canta no podría resistir la rutina de esas
repeticiones si no encontrara cada vez que interpreta una canción un
sentido nuevo o el recuerdo vivido del origen de la misma o la situación
de ánimo que la provocó. Se da en él la fértil esquizofrenia del creador
puro y simple, el hombre que se encierra a solas con su propia alma para
conseguir algo sobre el vacío, algo grandioso o sencillo, pero original,
único, y la del intérprete que debe aplicar a esas creaciones una
técnica, un sentido de la comunicación y del espectáculo. En ese terreno
puedo decir que soy dos personas, que tengo dos vidas. La una es
secreta, íntima, creativa. La otra aparece bajo los focos en medio de la
algarabía y el acoso de las fans. Quizás los públicos aplauden más al
intérprete que al creador, porque su imagen es más esplendente y
accesible, pero yo prefiero esa otra personalidad menos conocida.
Por eso mismo nunca he sentido pavor a perder la voz o a quedarme sin el
favor de las multitudes, que se me viene brindando desde hace una docena
de años con una prolijidad maravillosa. Mientras tenga fuerzas para
escribir, para idear una melodía o un verso, mi vida con la música, ese
largo matrimonio, tendrá sentido. Descubrí muy pronto esa maravillosa
relación entre la obra y quien la escucha, entre lo que uno siente y lo
que hace sentir a nuestro prójimo.
Cuando Rosetta me seguía en mis actuaciones primeras e intentaba abrirse
paso entre todos, entusiasmada y casi en éxtasis y gritaba:
-¡Esa Rosetta soy yo! ¡Esa canción habla de mí! ¡Yo soy ésa!
Cuando esto sucedía en público, empecé a comprobar hasta qué punto
existen los misterios de la comunicación. En el fondo, una jovencita que
se desmaya o se extasía o se pone histérica u oye mil veces una canción
en su casa, es porque eso que oye es lo que ella ha sentido o siente.
Las notas y las palabras se dirigen a ella, son suyas. Reside ahí, creo
yo, la verdadera razón de mi éxito; no en mis ojos azules, en mi aspecto
físico, en mi vestuario, en mi forma de actuar. Reside, creo, en mi
forma de ser.
Me parece muy honesto que unos canten contra la guerra, en defensa de
las hormigas voladoras, a favor de una ideología política; que le canten
a los rascacielos, a las montañas azules, a los héroes mitológicos; que
protesten, testimonien o profeticen con sus canciones. Porque a mí
también me gustaría hacerlo. A mí me gustaría tener la capacidad y
recursos para escribir todo género de canciones y, naturalmente, daría
un brazo por conseguir un fragmento como los que Bach o Beethoven o
Satie o Monteverdi lograban mientras dormían la siesta. Me siento
dichoso cuando, por ejemplo, escucho cómo a Serrat se le ha ocurrido la
idea de que su techo necesita una capa de pintura; cuando me quedo
helado oyendo ese testamento de Brassens pidiendo que lo entierren en la
Playa de Sete; cuando retorno a Los Beatles -casi a diario, no hace
falta decirlo-, a Jacques Brel o a tantos centenares de admiradores
colegas. Y me gustaría haber compuesto también todas esas bellas
canciones.
Todas además de las mías. Porque a mí se me ha dado el don de
interpretar esas mil formas de amor, hasta ahora resumidas en el
centenar y medio de canciones grabadas y otras que esperan. El arte es
largo -como decían los latinos- pero también ancho y generoso. Creo que
cabemos todos y mi obligación, la que yo me impongo y a la que me
empujan mis seguidores, es hacer lo mejor posible aquello que sé hacer.
O sea: escribir e interpretar canciones de amor.
Lo cual no significa que renuncie a todas las demás posibles. Ya he
grabado algunas que no son específicamente amorosas, o que incluso son
más que amor, por utilizar el título de uno de los temas del Jesucristo
Superstar cantado por Magdalena/Angela carrasco. Quizás si algún día el
amor empieza a no ser tan esencial en mi propia existencia como lo ha
venido siendo hasta ahora; quizás si encuentro pasiones nuevas,
intereses distintos, cambiarán los argumentos de mis canciones. Pero si
ahora basta el temblor de unos labios para que me den ganas de expresar
esa belleza en una canción, seguiré haciéndolo. En este terremoto, pues,
he admitido todas las críticas. Y pido, al mismo tiempo, que se admitan
mis obsesiones de creador. Soy esencialmente un autor de canciones
amorosas, lo que no solo no me parece indigno, sino que juzgo
importante. Es una buena forma de explicar, a los otros, a los que me
escuchan, algo que quizás sienten ellos mismos pero no han podido
descubrirlo. O, por lo menos, expresarlo.
¿Sucedió ya así con Algo de mí? Empezó a figurar tímidamente en las
listas de superventas hasta que Eduardo Sotillos y Nieves Romero
comenzaron a programarlo continuamente en el programa de Radio Nacional
"Para vosotros, jóvenes". Durante todo un año estuvo encabezando todas
las listas, entonces, cuando los discos no eran mercancía perecedera
como las verduras. Ahora un éxito se mantiene como máximo un
mes...Ocurría todo en 1972. el día 16 de septiembre, justo el día de mi
cumpleaños, me dijeron que la canción había llegado a número uno de "los
40 principales"; aquel día estaba actuando en Molina de Segura,
Murcia...El viaje a Londres para la grabación y los resultados de la
misma me asentaron en mis sueños. Pude por fin comprarme un coche y,
poco después, una casa en la calle Jorge Juan. Pagando siempre al
contado, porque jamás he querido hacerlo a crédito, firmando letras. Los
que poco antes me huían en las emisoras, me perseguían ahora.
En unos pocos meses cambió por completo mi vida. Se multiplicaban los
asedios de las mujeres, incluso de aquellas que conocía de un momento;
empezaron a pagar decentemente mis actuaciones; se me respetaba como
profesional de la música. En el largo camino docenas de compañeros se
habían quedado en el pesado pantano de la lucha, la dificultad y la
espera. Otros han seguido, y muchos a mi lado en distintas parcelas de
la música. El éxito puede también ser una monotonía. Luego de tantas
búsquedas, de la tensión por salir adelante, la popularidad y el éxito
terminan con una cara igualmente rutinaria y chata. Naturalmente, se
suceden viajes, anécdotas, aventuras, amores...Probablemente no sea
posible resumirlo en unas pocas páginas. La infancia se ve más clara,
más limpia. La edad adulta es una amalgama de sucesos, de actos, de
ideas, de sentimientos, tan compleja y bárbara que no tiene síntesis
posible. Cada disco es un mundo, cada actuación una aventura, cada
encuentro una hazaña posible. Y debe uno vivir tan de prisa que apenas
tiene tiempo de averiguar lo que la vida es. Por eso a estas alturas he
querido detenerme un instante y echar la vista atrás a fin de investigar
en lo que hay delante de mí. Al fin y al cabo, como decía ya en mi
segundo disco, yo soy Solo un hombre. Y "está el hoy abierto al mañana,
mañana al infinito..., ni el pasado ha muerto ni está el mañana ni el
ayer escrito". Lo dijo Machado.