"El tiempo solo se calcula por la felicidad o por el dolor", escribió
Dumas. A mí me había asignado la primera de las medidas. Tal vez había
soplado a mi alrededor la tragedia, sin duda a mi lado había mucha gente
que no era feliz, pero esa misma dicha personal me embotaba los
sentidos, me adormecía un poco respecto a lo que sucedía a mi alrededor.
Es una lucha que he tenido siempre conmigo mismo. Ya he contado de qué
medios me valgo para aplacar los excesos de euforia cuando regreso a la
soledad de mi casa. He tardado quizá demasiado, afanado por tantas
cosas, en darme cuenta de esa respiración pestilente de la maldad, de la
desdicha, del miedo. Eso también que intente revisar el tiempo pasado.
Entonces se trataba tan solo de una cuestión de supervivencia. Remigio y
yo decidimos iniciar el camino. En los periódicos, ocasionalmente, y con
frecuencia en la radio, empezaban a comunicarse pequeñas historias,
extrañas anécdotas de muchachos tan jóvenes como nosotros que habían
logrado ser famosos en muy poco tiempo gracias a la canción.
-¿Y cómo empezaste tú? -les preguntaban.
A uno le había regalado su padre una guitarra, el otro cantaba en el
colegio, éste era aficionado a escuchar la banda de su pueblo, aquel
otro ganó un concurso de baile y alguien lo llamó...
-Camilo, podíamos formar un dúo tú y yo.
-Ya se me había ocurrido, pero no me atrevía a decírtelo.
-¿Crees que de verdad podremos?
-Cantamos bien, ¿no?. Tampoco tenemos mala pinta.
En aquel instante ya no soñaba yo con ser Joselito, sino la mitad del
"Dúo Dinámico". La otra mitad le correspondía naturalmente a mi íntimo
desde el primer año de los salesianos, a mi inseparable Remigio
Barrachina, el que tenía picores de oreja durante el examen para el
coro...y estaba empeñado en convertirse en músico. Tal vez su voz no era
excepcional, pero tenía un oído espléndido y una gran habilidad para
entenderse con cualquier instrumento que le cayera en las manos. Como
también estaba trabajando, consiguió comprarse una guitarra eléctrica de
mala calidad, pero que nos parecía de oro de veinticuatro quilates.
Le aplicó una pastillita de desecho, la conectaba al fondo de la radio y
aquello empezaba a sonar como los propios ángeles. Yo ayudaba dándole
los ritmos con las manos sobre una mesa. Solo faltaba la voz. Los dos
cantábamos infatigables. Y lo cantábamos todo, como siempre había hecho
yo, aunque pronto comenzamos a elegir. Nuestros primeros ídolos eran los
hombres del swing, los primeros roqueros nacionales. Entre ellos, el
"Dúo Dinámico", al que estábamos dispuestos a desbancar en unos meses; a
su lado un muchacho valenciano que empezaba a ser famoso por la región;
se llamaba Emilio Baldoví, pero las chicas le conocían como Bruno Lamas.
No obstante, aquel tipo de música no abundaba en la radio; había que
andar persiguiéndola día tras día, hora tras hora, hasta conseguir
aprenderla. Y, entretanto, no desperdiciábamos el tiempo e íbamos
montando a dos voces aquello de Zapore di mare, zapore di sale y Non ho
I´etá y Cae la nieve y esta tarde no vendrás...
Así pasaba la vida. No sé en qué momento exacto Remigio y yo nos
encerramos en una habitación de su casa y empezamos a cantar a dúo
acompañados por una guitarra mágica. Entre los quince y los dieciséis
años, saltaba de los cuadros en serie a las canciones secretas, del
taller de mi padre atiborrado del humo maloliente de los "Ideales" que
me hacían toser a las tiendas de discos para averiguar si por fin
aparecían las grandes novedades que mencionaba Raúl Matas.
Algunos compañeros nos escucharon e intentaron que apareciéramos en
público, pero nos faltaba la decisión final. Y no por temor al público.
En los salesianos habíamos hecho juntos teatro, con presencia de gentes
de fuera del colegio; habíamos cantado incluso solos delante de
desconocidos. Necesitamos el empujón final.
-Hay que buscar más músicos, Barrachina. Con un verdadero grupo podremos
hacernos famosos. ¿A quién podríamos llamar?
Había colas de pretendientes en Alcoy. Remigio ocupó el puesto de
guitarra baja, yo me quedaba como cantante, José Luis a la guitarra
solista y dos Jesuses, una en la batería y otro de guitarra de
acompañamiento. Cinco en total. El batería Jesús tenía dos baquetas,
pero carecía de caja, así que las golpeaba sobre la silla de madera. Así
ensayábamos. Horas y horas, casi todas las tardes, los domingos durante
ocho horas seguidas.
Y como nos hacía falta el dinero y la fama, muy pronto aceptamos la
primera oferta que se nos hizo. Era una boda, una hermosa boda de las de
otro tiempo, con mucha gente, mucha comida, mucha bebida,
baile...Situados en un estradillo, vestidos de luto riguroso -porque
llamaba más la atención, resultaba más revulsivo-, empezamos con
nuestros mejores números. Pero aquella gente no apreciaba mucho a Bruno
Lamas, a los Dinámicos, a Adriano Celentano; ni siquiera habían oído
hablar de ellos. Querían pasodobles, la raspa, la conga, canciones
lentas. Puesto que nos habían contratado -aunque por cuatro perras-
había que darles el gusto. Ya he repetido que nuestro repertorio -por lo
menos el de Remigio y el mío- era inagotable. Durante horas cantando de
todo, quizás hasta el Veni creator Spiritus, que siempre me había salido
muy bien. Y cuando la mayoría estaba para el arrastre a causa del baile
y de la bebida, atacábamos una serie completa de "twist", con lo que los
más jóvenes del festejo se ponían a aplaudir como locos, a gritar y,
naturalmente, a bailar.
Eso era el éxito y no otra cosa. Teníamos tan solo dieciséis años, pero
tanta gloria en aquel atiborrado salón como Alejandro Magno en
Macedonia. El contrato existente no especificaba horario, ni camerinos,
ni número de piezas, ni potencia de vatios, ni comisión de manager, ni
apoyos de Prensa, ni servicios de seguridad. Era una fiesta también para
nosotros.
Cuando volvíamos a casa, de madrugada ya, con nuestros instrumentos bajo
el brazo, a Barrachina se le ocurrió una idea esencial.
-Camilo, para que nos conozcan tenemos que tener un nombre.
-Podíamos llamarnos "Dúo BB y sus músicos"- dijo uno de los Jesuses, que
tenía muy claro que nosotros éramos los jefes de la compañía.
-Eso suena a Conchita Piquer -dije yo-. Un nombre inglés, por lo menos.
-"Los Daison" -dijo Barrachina.
-Y eso qué significa -preguntó José Luis.
-Yo qué sé, pero no suena mal ¿verdad? Los Daison..., Daison.
-Pero con y griega, ¿no? -pregunté yo.
-Parece más inglés con la y griega?
-Desde luego. Entre inglés y americano, supongo -dije muy rotundo.
-¡Muchachos, os presento a "Los Dayson"!
-¡Los mejores de Alcoy!
-¡Y de todo Alicante! ¡Los mejores!
Entre cante y cante le habíamos dado también al cubalibre y a la sidra.
Nos habían aplaudido a rabiar y el padrino además del pago convenido,
había tenido la gentileza de soltarnos una buena propina...¿Qué más
podíamos desear? Con aquel dinero podíamos pagar el primer plazo de una
verdadera guitarra. Éramos auténticos profesionales.
Al día siguiente, después de pasar por el taller eléctrico, tendría sin
duda que completar la ración de pintura al por mayor...El camino se
presentaba largo. Y uno de aquellos días, cuando al fin admirábamos una
caja nueva para Jesús, cuando nos preparábamos para un banquete en honor
de un jubilado, cuando intentábamos sintonizar una emisora francesa o
italiana, cuando le daba la pincelada definitiva al arroyuelo entre los
sauces, un día de aquellos, exactamente el 5 de octubre de 1962 -yo
acababa de cumplir los dieciséis años- se ponía a la venta en Londres un
disco titulado Love me do. Sus autores llevaban ya seis años ganándose
la vida con la música e incluso habían actuado en Hamburgo, Alemania. Se
llamaban Los Beatles. Alguien pudo pensar que era un disco más, uno de
tantos de aquella gente que vestía de forma agresiva y cantaba con una
especie de desenfreno inmoral, melenudos, irrespetuosos, pero el
vocalista de "Los Dayson", o quizás todavía del "Dúo BB
(Blanes-Barrachina), se pegaba locamente a la radio cada vez que sonaba
aquella magnífica canción, tan raramente. A Barrachina también le gustó
mucho y luego Please, please me y Twist and shout ya nos pareció una
locura. Inmediatamente nos pusimos manos a la obra para incorporarlas a
nuestro repertorio. Con las ganancias de las actuaciones en bodas y
banquetes nos habíamos comprado ya un tocadiscos y encima de él
empezaron a desgastarse de tanto girar los discos de Los Beatles. Como
no teníamos ni la más remota idea de inglés, nos aprendimos
fonéticamente la canción. Y como yo estoy bien dotado para las lenguas,
con un oído excelente, conseguía reproducir milimétricamente cada
palabra, cada sesgo de la voz, cada nota. Joselito acababa de morir
definitivamente en mi corazón.
Poco a poco empezaba a relegar la pintura "para cuando tenía tiempo";
cubría con estrechez mis cupos económicos, sobre todo para que en mi
casa no sospecharan. Entregaba un dinero a mi madre y los beneficios de
la música, que eran miserables, se empleaban comúnmente en la compra de
mejores instrumentos, de discos y de los primeros póster de "Los
Beatles" , traídos incluso de Londres. En unos meses nos convertimos en
la vanguardia musical alcoyana.
Yo leía todo lo que caía en mis manos, con tanta pasión como escuchaba
la radio. Según decía un periódico, que criticaba con furia a "las
nuevas generaciones", había en España a comienzo de los sesenta unos
veinte mil conjuntos musicales, el noventa por ciento de los cuales eran
conocidos por sus vecinos (era nuestro caso), así, pues, más de cien mil
chavales jóvenes empezábamos a abrirnos camino en la música. ¿Cuántos
llegaríamos a la meta?.
La gente mayor no solo no nos entendía, sino que tampoco les gustábamos.
En un recorte de la revista Triunfo, de diciembre de 1962, leía esta
tontada: "Se levantan, chillan, marcan unos compases, se vuelven a
sentar; silban cuando un número les gusta; la tradicional costumbre de
la ovación española para premiar una actuación que ha sido de nuestro
agrado, es sustituida en esta ocasión por el silbido ululante, por el
pateo rítmico, en la mejor tradición del "show" americano."
Se referían las noticias y las fotos escandalosas a lo que estaba
ocurriendo en el "Circo Price", de Madrid, que debía de ser lo mismo que
nuestra Glorieta pero a lo grande. "The Diamond Boys", Jean Pierre y
"Les Rebelles", "Los Teen Boys" "y sus voces que electrizan, Ontiveros,
"Los Sonor", Mike Ríos, "Los Satanes", Lorenzo Valverde acompañado de
"Los Pekenikes", "Los Dragones Rojas", "Los Gatos Negros", "Los Tonys"
"Dick y Los Relámpagos", "Los Cinco Estudiantes"...
Aprendíamos de memoria todos aquellos todos nombre y, con el paso de los
años, iría descubriendo detrás de ellos a muchos amigos, a muchos
compañeros, músicos que todavía hoy me acompañan, veinte años más tarde,
cantantes, productores técnicos que no solo conforman los orígenes de la
música española actual, sino que aun hoy siguen siendo, en distintos
puestos, su verdadera alma.
Los grises aporreaban a los seguidores que continuaban bailando en la
Plaza del Rey después de los conciertos, mientras los elefantes y las
jirafas del circo se agitaban en sus jaulas.
"Sobre el asfalto, en la acera, en plena calle, bajo la lluvia, estos
jóvenes bailan al ritmo de nuestro tiempo: el "twist". Esta histeria
colectiva no se ha producido en Londres ni en Estocolmo. Acontece en
Madrid a las dos de la tarde del pasado domingo. No ha sido una escena
única, insólita, la que ha captado el fotógrafo. Se repite cada día
festivo tras la sesiones de ritmos modernos que, con gran éxito de
público, se celebran en nuestra capital. Miles de jóvenes, tras haber
soportado dos horas, o más de guitarra eléctrica, batería y canciones en
inglés, inician a ritmo de "twist" su vuelta a casa. ¿Quiénes son estos
muchachos? No creemos que sean universitarios, no creemos que sean
jóvenes obreros. ¿Dónde, pues, ubicar a estos muchachos? ¿De dónde
salen, a qué se dedican?.
Así comentaba el diario Pueblo una enorme fotografía presentada en su
primera página. Miguel Ángel Nieto, alias El Calvo, organizador de
aquellos festivales y actualmente uno de los informadores políticos más
respetados en la radiodifusión del país (en la cadena Antena 3), me
contaría más tarde que todo había sido manipulado; el fotógrafo había
pedido a cuatro chavales que bailaran en la calle, porque no había
podido hacer las fotos en el interior del Price por falta de luz. Y
aquel truco había servido para hablar de histeria, de soportar la
guitarra eléctrica y para preguntarse si aquellos jóvenes eran quizás
marcianos, o comunistas, o ratas de las cloacas, o delincuentes comunes.
De paso, el periódico azuzaba a los poderes públicos y a los guardias
para que cortaran de raíz aquel insólito relajo, aquel pecado de
modernidad en una España que deseaba vivir tan aislada del mundo como
cuando yo había nacido. Pedían el regletazo de los salesianos, la
desaparición pura y simple de la juventud como grupo social. Clamaban
por lo viejo, por lo aburrido, por lo rutinario. En el mejor de los
casos, por lo cursi...y censurado: Cerca de aquí me la encontré, / mi
caballo al trote la alcancé. / ¿Quién eres tú? Yo no sé. / Pero por si
acaso te querré. Aunque la versión original tenía un verso muy
diferente, aunque no menos hortera: Cerca del bigote, bésame. Lo
cantaban Luis Mariano y Gloria Lasso y aquellos ideólogos de entonces
debían de saber muy bien de dónde venían sus ídolos. Sobre nosotros, las
mejores conjeturas nos asignaban orígenes infernales.