Tiene el mundo del espectáculo y sus protagonistas otra cara muy
diferente a la que gustan ofrecer las revistas de colores, las pantallas
de la televisión ; diferente a la que suelen recoger las cámaras de los
fotógrafos y a la que se exhibe en esas millonarias fiestas de sociedad
montadas sobre todo para reconocernos a nosotros mismos, para
protegernos dentro del ghetto necesario. El mito del artista pobre lo
han inventado los banqueros y las señoritas de buena familia para tener
al artista en un puño ; pero ni Brahms fue pobre (anque las pasó canutas
en su juventud, tocando en las tabernas), ni lo fue Picasso, aun cuando
a poco de llegar a París cambiaba sus cuadros por una cena, ni lo fue
Hemingway... Y una vez acostumbrados a ver rico al artista -aunque no
siempre, en menos casos de los que serían justos : el grandísimo César
Vallejo murió muy pobre "en París con aguacero" -, han decidido también
que son forzosamente felices. Dice que no, rotundamente que no, un
hombre que lo ha sido casi siempre, que se considera afortunado y muy
agradecido a la vida que le ha tocado en suerte. Un hombre que conoce
bastante bien ese ghetto luminoso y ha encontrado a veces dentro de él
mucha desdicha y muchos llantos. No sólo por una promesa incumplida, por
un festival mal organizado, por un fracaso eventual. Si tantos de ellos
buscan la tranquilidad en el válium, en el alcohol o en drogas mayores
no es por esnobismo y para estar à la page, sino para eludir el dolor.
Era yo bastante joven, y triunfador ya, cuando Lola Flores me advirtió
de ese oculto rostro de la popularidad, de los basureros de la gloria.
Me lo decía como a un niño, ella que es una madre "de las de antes",
ferozmente cuidadosa de su prole. Me lo decía con esa sinceridad que
nadie puede negarle.
Me había propuesto yo en la transcripción desordenada de estos recuerdos
no hacer mención destacada de personas ajenas al protagonista de los
mismos, porque no están escritos para escandalera de verano o reclamo
publicitario, sino como punto de encuentro del Camilo antiguo y el
Camilo nuevo, el que ocasionalmente aceptó frivolidades y pasotismos, el
que a veces caminó por la vida como un patinador sobre el hielo, es
decir, sin profundizarla ; como el ave de paso en todos los nidos; y el
otro Camilo que de pronto es padre de un hijo, descubre sus errores y se
dispone a no dar la espalda a ningún género de responsabilidad. A veces
un acontecimiento o una serie sucesiva de ellos descubren como un
fogonazo súbito un mundo en el que antes no había reparado uno.
Me había propuesto no hablar de los demás sino lo estrictamente
indispensable. A lo largo de quince años de profesión ante los focos, es
lógico que haya conocido a decenas de hombres y mujeres tocados por el
dedo de la fama, incluso de la celebridad. Dije ya que no quería
colocármelos como medallas... Pero las anteriores reflexiones acerca de
las inevitables amarguras de todo ser humano, por encima o al margen de
su oficio, de su carrera, de su dinero, de sus apariciones públicas, me
han hecho recordar a aquella mujer que muy pronto me previno.
Tenemos muy poco que ver Lola Flores y yo. En principio, nada nos une.
Salvo una admiración ilímitada por mí parte. Muchas veces he tenido el
placer, no ya de verla en los escenarios (y han sido muchas las veces),
sino de hablar con ella o, mejor, escucharla. Lola Flores es tan grande
que son muchas Lolas Flores al mismo tiempo. Absolutamente irrepetible.
Dudo que haya alguien capaz de no apreciar esa desmesura de artista, aun
cuando no le guste el arte que Lola practica. Creo incluso que ninguna
época y ningún país podrán ya producir una mujer de su talla en el mundo
del espectáculo. Hay y habrá bailarinas, cantantes, mujeres de rompe y
rasga, pero dudo que sea posible reunir todo eso y en grado tan supremo
como se ha reunido en Lola Flores.
Ni diré los secretos suyos que conozco ni los que a ella haya podido yo
confesarle. Sólo la relación de admiración y afecto que me ha unido a
esta gran dama. Sabemos los dos que nos tenemos para cualquier cosa, que
estamos uno junto al otro aunque físicamente nos encontremos a veinte
mil kilómetros.
Y lo dicho para Lola Flores, ya que lo digo, debo repetirlo para la otra
sin igual de la escena española. Me refiero a Sara Montiel. He
coincidido con ella en algunas actuaciones, especialmente en México,
país que yo adoro. Me quedaba embobado oyéndola. Me daba cuenta de que
cada palabra que decía solamente podía salir de su boca, de que nadie
nunca podría cantar como ella cantaba, moverse ante el público como lo
hacía ella. Antonia ha sido inagotable en todo : en su arte, en el amor,
en el afecto hacia cuantos la rodean.
Yo entre bromas y veras, la rodeé... Conservo en un álbum una fotografía
que me llena aún de ternura. Antonia estaba sentada y yo de pie detrás
de ella. Paso los brazos por encima de sus hombros y mis manos se posan
sobre sus dos pechos, esa especie de monumentos nacionales que han
traído de cabeza a dos o tres generaciones de españoles y de americanos
de habla española, además de algunos millones más de otras lenguas. Y
que todavía darán mucho que hablar en futuro, desde luego. Un gesto tan
sencillo, casi tan fraterno, me llena ahora de satisfacción y de
orgullo, porque no a todo el mundo se le han concedido ese don
envidiable.
Claro que esas dos maravillas ibéricas son sólo una parte de los
encantos de Antonia. El batir de sus pestañas parece una señal de
alarma. Sus ojos, como tinajas de miel alcarreña, apenas pueden
soportarse directamente, porque lo dicen todo a gritos. Y por encima de
esos encantos corporales, bien o medianamente conocidos por todos sus
seguidores, me ha admirado siempre en ella su pureza de ser humano, su
humanidad profunda, clara, evidente. Lo primero que decía mi padre
cuando venía a Madrid era si podíamos ver a Sara. Alguna vez lo llevé a
su casa para que charlara con ella, y al hombre casi no le salía la voz
del cuerpo. Otra noche estuvimos en "Florida Park". Antonia, a causa de
una afección de ciática, sufrió repentinamente una especie de ataque y
no podía mover el cuello cuando estaba en el escenario ; siguió cantando
rígida, pero indomable, con su abrigo de visón blanco encima, como
estatua a la profesionalidad y al arte grande. A mi padre se le caía la
baba viéndola, aplaudía sin parar y yo tenía ganas de subir al escenario
y ponerme a cantar para que ella descansara.
También he procurado visitarla en Mallorca siempre que iba allí a
trabajar. Ella me ha recibido como a un miembro más de su familia, esa
familia que aumenta con los hijos adoptados y que llegará a ser tan
numerosa como la de Joséphine Baker, como recibe siempre a sus numerosos
amigos. Una de las veces iba con un ayudante mío al que llamábamos Paco
el Whisky (y no hará falta explicar las razones de este apodo). Antonia
nos recibió en su piscina. Llevaba sobre la piel una ropa muy fina y
maravillosamente transparente. Nos pusimos a hablar y Paco, al medio
minuto, se lanzó de cabeza a la piscina. Nosotros seguíamos hablando y
Paco, cada poco, volvía al agua como si le acuciara una sed insaciable.
Casi parecía un autómata.
-Pero, Paco, ¿qué te ocurre?
-Es que no puedo resistirlo, Camilo. Es que me siento al lado de ella,
la veo así y empiezo a arder. Tengo que saltar al agua.
-Bueno, pues quédate en el agua y así estarás tranquilo. Y de paso, nos
dejarás en paz a nosotros.
-Ya, pero cuando estoy en el agua pienso está aquí y tengo que salir
corriendo otra vez, ¿comprendes? Para verla...
Sara comprendió que hay sangres muy inflamables y se echó una toalla por
encima del cuerpo. Con esa sonrisa suya, como siempre, sin ofenderse ni
burlarse, como una gran dama.
¿Cuánto han vivido ella y Lola Flores? Las páginas de memorias, incluso
en libro, de la mayor parte de las grandes stars de Hollywood son
auténtico aguachirle al lado de lo que estas mujeres podrían contar si
quisieran. En ocasiones me han contado aventuras que habrían dejado mudo
y paralítico al mismísimo Salgari. Desde luego, no puedo repetirlas
aquí. Ni es mi oficio ni mi gusto. Ellas son una parte viva de la
historia de España, de la España más dura y dramática y también más
brillante y pasional. No creo caer en la hipérbole si digo que muy pocas
personas pueden simbolizarla como ellas.
Y a su lado, naturalmente, podría mencionar también a muchas otras
damas, aunque reinas de territorios diferentes. A Rocío Jurado, que
lleva camino de ser como ellas. A la dulce Mari Trini, solitaria y
sensible. A Marisol, de la que también me hicieron novio alguna vez...
He tenido muchas mujeres a mi lado, lo he dicho ya, a veces también a mí
me parece un pequeño harén, pero son muchas más las que se me han
adjudicado por el sentido del humor o la frivolidad de algunos
informadores. Marisol fue una de ellas.
En realidad, se debió todo a que me encargaron (y acepté, cosa que
todavía me sorprende, porque he sido siempre muy reacio a estas cosas),
me encargaron, digo, la música de la obra teatral Quédate a desayunar,
que protagonizaban dos genios de la escena española : José María Rodero
y la propia Pepa Flores. Ella cantaba el tema principal, compuesto por
mí. Nuestra relación profesional consistió sólo en eso, y nuestra
amistad fue desde luego más larga y profunda, pero nunca rozó ni de
lejos la categoría de noviazgo. Un hombre que entra en la madurez y
continúa soltero, un "soltero de oro" -como tan a menudo me han
calificado- no puede moverse al lado de una mujer sin que alguien corra
a decir que hay boda a la vista. Y mucho más si se trata de un hombre
como yo, demasiado inclinado a tener cerca a mujeres hermosas. Una lista
de esas bodas finalmente frustradas me llevaría a llenar demasiadas
páginas y a despertar fantasmas felizmente dormidos.
He querido a muchas mujeres, sí, pero he admirado a muchas más aparte de
las que he querido. Porque sabía que detrás había un trabajo
innumerable, un esfuerzo inmenso y un valor a toda prueba. Sería un mal
nacido si no las admirase. Sobre todo a aquellas que han sufrido más y
que mejor han sabido ocultarlo ante quienes pagaban su dinero por verlas
felices, para que los hicieran felices. Ése es el rostro de la antigua
farsa, lo que hay debajo de las tintas de colores de las revistas que
ellas con tanto mérito habitan. Y si menciono todo esto es porque sería
otra forma de mentir si no lo hiciera. Bastantes críticas injustas
reciben para que ahorre yo los elogios que me parecen indispensables.