No creo yo que el dinero haga al hombre y sea la posibilidad inmediata
de lo infinito, como aseguraba Anatole France. Pero sí me parece
evidente lo que otro francés muy sabio también decía ; según Molière, el
dinero es la llave que abre todas las puertas. Puede que haya alguna
mejor atrancada, incluso alguna imposible de abrir, pero si los que han
dispuesto de dinero aseguran que con él puede comprarse casi todo, sus
motivos tendrán. Ahora bien, los halagos que al dinero suelen hacer las
personas que nunca lo han tenido suelen convertirse en insulto o
desprecio en los que nadan en ese "estiércol del diablo". No quiero yo
caer en ninguno de los extremos, y no por prudencia ante los demás, sino
porque nunca ha sido, ni de lejos, el primer objeto de mis apetencias.
Ni para ganarlo ni para gastarlo. También en este aspecto de mi carácter
se equivocó el zodíaco, pues suelen decir de los virgos que tienden a
caer en la avaricia, esa locura de vivir pobres para morir ricos. A mí
me importa poco cómo vaya a morir con tal de vivir como quiero.
Y eso sí lo he conseguido en los últimos años. Quiero decir que nunca me
ha faltado dinero para conseguir lo que me ha apetecido, aunque sospecho
que siempre ha ocurrido así. En los más difíciles tiempos de mis
comienzos en Madrid, recuerdo que más de una vez me he gastado las
últimas quinientas pesetas que tenía en el bolsillo en cenar en un
restaurante chino del centro de la ciudad, con algún amigo (hablo de
cuando los restaurantes chinos eran baratos), y luego marcharme a pie
hasta mi casa en la plaza de Castilla por no tener ni para un billete de
Metro. Y no por ello me sentía desgraciado, todo lo contrario.
Fue siempre así. Ante el dinero he sentido siempre una gran
indiferencia. Jamás he sabido cuánto tenía ni me ha preocupado lo más
mínimo, lo que ha permitido que algunos hayan aprovechado con frecuencia
ese desdén mío. No pertenezco a ese grupo de obesos que necesitan cenar
langosta y jabugo todos los días : con el mismo placer me como un
bocadillo de calamares que la mayor obra de arte de Girardet, aunque no
deje de apreciar los valores de la gran cocina : hablo sólo desde el
punto de vista del gasto. Dije ya algo parecido sobre los coches.
Cuando Manolo Sánchez fundó una sociedad de management, al comienzo de
su carrera, le puso mi nombre, escrito al revés : Olimac, porque yo era
su primer artista. Bien, pues incluso en aquella sociedad yo sólo tengo
el arte : la parte es de unos cuantos, nada mío.
Hay un límite muy cercano siempre para el disfrute de las cosas
terrenales. Llegado a él, los límites no existen y es ése el lugar en
que todos los ricos son desgraciados, ya que nunca hay dinero bastante
para tenerlo todo, ya que siempre hay alguien en alguna parte que tiene
más que nosotros.
Para un hombre que lleva una vida como la mía, incluso es difícil gozar
de las comodidades de las que se ha rodeado. Tengo una casa magnífica en
Torrelodones, a una treintena de kilómetros de Madrid ; una casa llena
de las cosas que me gustan, alfombras, cuadros, cristales, libros,
plantas, perros y amigos. Tengo otra casa en la capital, para cuando me
siento demasiado cansado después del trabajo como para ponerme en
carretera. Y una residencia de verano en Cala d'Or, Mallorca, que compré
a Manolo de la Calva, del Dúo Dinámico, por consejo de Lasso de la Vega,
que tenía otra al lado. Sin embargo, ni siquiera todos los años puedo
pasar en ella un par de semanas de vacaciones, por exceso de trabajo. Y
el espléndido apartamento que poseo en Puerto Banús, en Marbella, creo
que sólo lo he habitado diez minutos desde que lo compré. Cualquiera que
conozca éstas u otras posesiones dirá en seguida : "¡Jo, cómo vive ése!"
Lo malo es que no vivo, que no tengo tiempo para disfrutar de todo eso.
Claro, a cualquiera le apetece saber que tiene dinero, que dispone de
muchas comodidades... Sin embargo, hasta ahora mismo he pasado fuera de
casa más de doscientas cincuenta noches al año. Eso hace que no conceda
al dinero mucha parte de mi corazón. Y si mi caché en los conciertos es
muy alto, uno de los más altos de España y de la América española, se
debe a los grandes gastos que implica una actuación, tanto en material
sonoro y escenográfico, como de personal. Más de cincuenta personas
entre músicos, técnicos y trabajadores de oficina viven, con empleo fijo
y bien pagado, de la garganta de Camilo. Se trata, pues, de una
verdadera empresa cuyo director debe repartir entre muchos sus
beneficios.
Así me he comportado siempre con el dinero. Cuando era pequeño, mi padre
se enfadaba por mi actuación económica. El dinerillo que me daba
semanalmente no lo dedicaba a comprarme caramelos o a gastarlo en las
verbenas. Compraba habas cocidas, una gambitas que vendían en Alcoy,
cacahuetes, patatas, chucherías diversas y regresaba con ellas a casa
para que todos disfrutaran de mi dinero. Sabía que a mi padre le
gustaban mucho aquellos aperitivos y no se me ocurría guardar para mí
las propinas o gastarlas en necesidades mías. El dinero que me daban
volvía a ellos.
Mi tía Mariu, la mujer de mi tío Pepe el Castellano (así llamado, aunque
es andaluz) padrinos míos los dos ; mi tía Mariu me recuerda siempre
algo que ocurrió cuando tenía yo nueve años. Fui a verla una tarde y,
ajetreada en su casa, la encontré despeinada.
-Tía, no puedes estar así -le dije-. Quiero verte guapa. Mira, sólo
tengo esto, vete a la peluquería y mañana volveré a verte.
Le di las cincuenta pesetas que llevaba en el bolsillo, toda mi riqueza,
y me fui de la casa.
Ése ha sido siempre mi concepto del dinero.
Y la verdad es que siempre me las he arreglado bien, con él o sin él. Lo
mismo cuando me presentaron al Festival del Atlántico y me las arreglé
con trescientas pesetas para los gastos que cuando la Prensa española
publicó, no hace mucho, que aquel año había sido el ciudadano español
que más había pagado a Hacienda. No significaba eso que fuera yo el
español más rico, si no el que mayores beneficios durante el año fiscal
había declarado...
Lo del Festival ocurrió a finales de 1971, si no recuerdo mal. En
principio, Juan Pardo tenía decidido enviar a Andy Silver con una
canción escrita por él y titulada Mendigo de amor. Pero la inglesa
decidió en el último momento no presentarse. Camilo era entonces el
chico para todo en la productora de Pardo, como ya he dicho. Así que mi
pidió que fuera yo. Mencionar la palabra Festival ya me produce
urticaria y creo que realmente se me pone la piel como si me hubiera
revolcado en un bosque de ortigas. Discutimos , me enfadé... y
finalmente cedí para sacarle de encima el problema.
Con los gastos de viaje y hotel pagados, allí me presenté. Llevaba en el
bolsillo todo mi capital : trescientas pesetas. Iba derrumbado y jodido.
Sin embargo, apenas llegado me encontré con José María de Juana, que me
dio ánimos, y con Noelia Alfonso, canaria Miss Europa, que me dio algo
más. Noelia era una mujer deslumbrante, cegadora. Ella tenía entonces un
novio catalán, con el que se casó poco después, pero estaba como yo
contratada en el Festival, como miembro del jurado. Nos hicimos íntimos
en seguida. Y por otro lado muy pronto las asistentas femeninas a las
eliminatorias comenzaron a inclinarse ostensiblemente por mi candidatura
: griterío, desmayos, aplausos, acosos en los vestíbulos del hotel...
Los periodistas corrían intentando fotografiarnos a Noelia y a mí, de
modo que ni siquiera pude bañarme en la magnífica piscina de aquel hotel
de Tenerife por miedo a las interpretaciones equívocas ; no obstante,
muchas revistas publicaron fotografías nuestras de aquellos cuatro o
cinco días. Yo estaba un poco angustiado por mi falta de dinero, pero la
amistad con Noelia me curó en seguida la pena. Fue la primera vez que
asistía a un lugar como aquel, lleno de gente importante, y también mi
primer baño de multitudes.
Como estaba previsto, no gané la confrontación. Me parece que me
relegaron al segundo lugar, porque en alguna parte estaba decidido ya
otorgar el galardón a una canción de Tony Ronald, muy famoso entonces,
titulada Help! No era inmerecido, porque Tony tuvo una interpretación
espléndida. De todas maneras, en muchos lugares me consideraron vencedor
moral de aquella contienda... y no por mi relación con Miss Europa.
Mendigo de amor también era un buen tema y los aplausos me demostraron
que no había sido mala mi interpretación.
Claro que los festivales sienten facia mí el mismo odio que confieso yo
por ellos. No me sorprende que no me hayan tratado con particular
afecto.
El segundo y último al que asistí fue mucho más desastroso que aquel
primero. A principios del otoño de 1973 me llamaron de Televisión
Española para una reunión importante. Por entonces me había despedido ya
de mi mánager Lasso de la Vega con el que estaba desde la grabación en
Londres de mi primer disco. Nuestra relación profesional había sido un
auténtico fracaso, aunque en lo personal nos hemos entendido siempre muy
bien y continúa nuestra amistad. Así que me parece que él intervino en
aquella reunión más por parte de Ariola que por la mía. Tenía yo como
encargado de mis asuntos a Tino, con el que tampoco estuve mucho tiempo.
En esta cuestión de los mánagers todo ha sucedido como una cadena. Tino,
Juan Martínez, que había sido mi primer mánager, en los tiempos del
sello Piraña de Juan Pardo, trabajó con Lasso. También Manolo Sánchez
fue durante un tiempo road-mánager de Lasso. Manolo Sánchez empezó
trabajando en Ariola. Lo conocí sentado en una mesa que había tenido
antes encima una máquina de coser ; hacía en la compañía trabajos de
promoción, hasta que se fue con Lasso de la Vega como sucesor de Tinín
el torero. Poco después se independizó como mánager y yo fui uno de sus
pupilos, también uno de los que más tiempo estuvieron con él, unos diez
años. Con Manolo Sánchez, que ha sido mi amigo del alma, marcharon muy
bien las cosas hasta los dos últimos años. Dificultades de todo género
me aconsejaron cambiar una vez más, y elegí, en esa cadena de la que
hablaba, a una persona que había trabajado con Sánchez como road-mánager
de Rocío Dúrcal y de varios más. Jesús Manzano. Manzano es mi mánager
personal desde el otoño de 1983 y ha demostrado en tan poco tiempo una
competencia, una honestidad y un esmero tales que estoy seguro de no
tener nunca más necesidad de cambiar a mi apoderado representante.
Pero no era mi intención hablar de mis mánagers, sino de festivales...
En aquella reunión en Televisión Española se trataba de ofrecerme ser su
representante en el de la OTI. Segura, de Ariola, y Lasso apoyaban las
palabras del directivo de TVE, José Joaquín Marroquí. Yo sólo respondía
con tres palabras :
-No quiero ir.
Y ellos insistían con todo género de argumentos : que de alguna manera
debía pagar a Televisión lo que había hecho por mí, que estaba obligado,
que no podía negarme, que me harían una campaña publicitaria grandiosa,
que tenía en mis manos todo el mercado discográfico americano...
-No quiero ir. No quiero ir.
Sabía yo entonces que las víctimas de los festivales eran los artistas,
aunque ganaran. Ellos eran siempre los manipulados, los que terminaban
hundidos en aquellas marañas de intereses, de mentiras. Aunque me dieran
todo el oro del mundo no iría a la OTI.
-Pero si vas a ganar, Camilo. Te firmamos ahora mismo que ganas tú.
-Pues eso me demuestra una vez más que tengo razón. Que todo está
manipulado y amañado. Que es mentira todo.
Insistieron, presionaron, pusieron encima de la mesa el potencial de la
única televisión existente en España, sin cuyo apoyo cualquier cantante
puede hundirse ; el potencial y los contratos con la compañía de discos,
con el mánager. Creo que legalmente ni siquiera podía decir que no. Y
fui, claro.
Fui a Belo Horizonte, en Brasil. ¿Quién puso nombre tan injusto a
aquella ciudad? Creo que es una de las más feas del mundo y horizonte ni
siquiera tenía. Rascacielos, fábricas, multitudes. Ciudad enorme y
deforme a la que, por lo demás, le importaba un rábano aquel festival.
Los taxistas ni siquiera sabían en qué lugar se celebraba. Vivíamos
todos en un hotel gigantesco, nos cruzábamos por los corredores y nos
lanzábamos sonrisitas y buenos deseos. "¡Qué te vaya bien!", "Tú mereces
ganar, chico". "Suerte"... Panameños, dominicanos, ecuatorianos...
Vestidos de modo rarísimo, como disfrazados. Y el lugar del festival,
todavía peor. Creo que les habían avisado de que apareceríamos por allí
dos horas antes. No había moqueta en el escenario, no aparecían los
instrumentos ni las cámaras de televisión, los canales de sonido se
cruzaban, cada uno intentaba por sus medios buscar un camerino o a los
integrantes de su coro. Juan Carlos Calderón, que había venido a dirigir
la orquesta, estaba tan desesperado que quería largarse. Muy pocos
habían conseguido ensayar. Yo me había preparado concienzudamente en
España, se había rodado, en Barcelona, un vídeo con la canción Algo más,
compuesta y escrita por mí ; Televisión y Ariola se habían esforzado
realmente en la promoción de aquel tema, pero el Festival como tal era
una tragedia. La urticaria parecía haberme atacado los nervios y no
sabía en dónde meterme.
Lo malo era que no podía volverme atrás, después de todo el lío montado.
Y, por otro lado, ¿a quién decir que yo dimitía? Allí nadie sabía nada,
nadie estaba al tanto de nada.
Casi por milagro consiguieron emitirse, a trancas y barrancas, las
canciones. Yo canté como pude, pero estaba tan triste que inmediatamente
me marché al hotel, sin esperar a las votaciones. Después me comunicaron
que había quedado el quinto o el sexto y que había ganado un bodrio
mexicano titulado Qué alegre va María. Naturalmente, por mucha alegría
que llevase María, no fue a ninguna parte. Pasó tan inadvertida como
tantas canciones de ese absurdo festival. Sin embargo, Algo más fue uno
de los más grandes éxitos de mi carrera, una canción de la que se
vendieron cientos de miles de copias en toda América.
Pero yo no estaba deprimido por haber perdido, sino por lo que había
pasado. José María Iñigo, que estaba allí como informador, me encontró
solitario y pensativo sentado ante mi mesa.
-Pero ¿qué te pasa, Camilo?
-Quiero irme de misionero a África, no quiero saber nunca más nada de la
música, cantaré sólo para mis perros. Me retiro de todo esto.
Mi decisión estuvo a punto de convertirse en definitiva cuando me
contaron lo que realmente había pasado. Algún tiempo antes de la
transmisión del festival, en Madrid habían cambiado las autoridades de
Televisión Española y los nuevos hombres consideraban que no era
conveniente ganar aquel festival. Un primer premio implicaba la
obligación de organizarlo al año siguiente y eso resultaba tan caro como
inútil. Así que habían llamado a quien fuera con órdenes de no ganar.
Sin pensar en las promesas, sin pensar en los trabajos, sin pensar en
mí. Los artistas, siempre víctimas del poder.
Me puse a llorar como un imbécil. Lloraba porque fuese así la vida,
porque todo resultara tan falso, tan grotesco, tan injusto. Que busquen
a otro para estas cosas, que hagan a otros sus promesas y sus
carantoñas, que no jueguen más conmigo. Cualquier cantante tiene que
soportar muchas decisiones de los demás, incluso de tipos absolutamente
ignorantes pero con poder ; ahora bien, aquello parecía demasiado. La
popularidad, la fama, el éxito, el dinero quedaban siempre empañados por
la opinión de un poderoso, de un directivo del pelaje que fuera. Los
mismos que te halagan babosamente para que vayas a un festival benéfico,
con el que te pondrán una medalla, pueden abandonarte por completo,
olvidarte, despreciarte si eso conviene a sus intereses. Así son las
cosas. Así.