Dudo que, algún cantante español moderno haya esperado tanto tiempo para
grabar su primer disco, haya tenido que aguantar tanto antes de
conseguir lo que buscaba. Cuando ahora me critican incluso por mis
éxitos, cuando escriben de mí como un niño mimado de la canción en
castellano, cuando me miran con aviesa intención porque no me faltan
dinero y éxitos y amigos, muy pocos conocen esta larga lucha que he ido
resumiendo. No basta con tener condiciones. Ni con tener suerte. También
hay que estar bien dotado de paciencia y de voluntad. Al menos eso me
ocurrió a mí. Voluntad y paciencia durante muchos años.
-Bueno, no me atosigues, Camilo. Todo llegará -me decía continuamente
Juan Pardo.
Había estado una temporada con Junior. Luego, un sueño entero esperando
con Juan Pardo, haciendo de todos menos lo que quería hacer. Y por fin,
en octubre de 1970, me pide que grabe un disco. En la cara A: Llegará el
verano; en la cara B: Sin dirección. Como comienzo de una carrera,
aquello era estelar. Cuando me presentaba en las emisoras de radio con
mi disco, el locutor me decía:
-Pero, ¿cómo quieres que ponga en octubre una canción titulada Llegará
el verano? !Menuda novedad! A no ser que te refieres al verano que
viene.
-Pero la cara B...
-Sin dirección. Domicilio desconocido. Es que es un cachondeo...Te estás
luciendo, muchacho.
No sé si Juan quería quitárseme de encima, si no se dio cuenta de lo que
estaba haciendo o si, produciendo ya a una legión de cantantes, no
distinguía a unos de los otros y el verano del invierno. Además, el
disco no era buena y, además, se notaba demasiado que era de Juan Pardo,
uno más del sello Piraña. Quiero decir que no era yo el que cantaba sino
uno del grupo de Pardo. Se habían grabado los playbacks en Londres, al
parecer para otro cantante, y la voz finalmente la puse yo en los
estudios madrileños de la RCA. Pardo me dio sus letras y yo creía
buenamente que era mejor presentarme con canciones de Pardo que con las
mías propias. Se vendieron algunos discos, de todas maneras. Los que
compré yo para regalar a mis amigos.
A los tres meses de aquel despiste, una nueva oportunidad. Pardo tenía
bajo el brazo una adaptación de la "Canción de Cuna" de Brahms que había
hecho él mismo y me preguntó si quería grabarla. Estuve estudiándola y
finalmente acepté. Pero ya no para cantarla según la escuela de Pardo,
sino según mi propio estilo. Ésa sí puedo considerarla mi propia
canción, porque ya era una canción de amor cantada a mi manera, con mi
estilo. Hacía tiempo que me había distanciado del rock-and-roll e
intentaba situarme en la zona de las canciones de amor de Los Beatles:
un tipo de canción melodiosa, armónica, expresiva, apasionada a veces.
Cuando decía Buenas Noches, mi amor en 1970 estaba comenzando la
evolución hacia Amor de mujer en 1984: el molde es prácticamente el
mismo. Es mi estilo.
Aquel disco ya era otra cosa. Para grabarlo había firmado un contrato
con la compañía alemana Ariola, que acababa de instalarse en España,
después de absorber Discos Vergara. Fui yo el primer artista español
contratado por esa compañía, en la que todavía sigo trabajando, después
de catorce años. Incluso vivía en un piso paredaño, en la calle Doctor
Fleming 31. yo vivía en la puerta A y la compañía tenía sus oficinas en
la B. Juan Pardo me había prestado las diez mil pesetas de pago de
anticipo del alquiler. Antes de anclarme allí había pasado unos meses en
un piso de la calle Benigno Soto, en compañía de mi amigo Jaime
Torregrosa, una casa que estaba llena de damas de compañía y de chicas
con vocación de lo mismo, fue quizás donde mejor me trató el vecindario.
Me invitaban a comer, me contaban sus citas, me lavaban la ropa, me
consideraban como un hijo de ellas. Aún conservo algunas buenas amigas
de aquella residencia...Ahora que hago cálculos, he vivido al menos en
una veintena de lugares dentro de Madrid: ¿cómo contar todo lo que me
ocurrió en cada uno de ellos? Pero las chicas maravillosas y humanísimas
de Benigno Soto son inolvidables.
Teníamos una relación maravillosa en Ariola. Charo García y José María
de Juana entraban continuamente en mi casa a pedirme un café o a
ofrecérmelo. Muchos domingos tenía que cocinar una paella para todos los
empleados. Yo mismo me ocupaba de seleccionar en el archivo las fotos
que me gustaban y las que no me gustaban...Éramos una pequeña familia
llena de entusiasmo y de ilusiones en la incipiente empresa.
Con aquel disco bajo el brazo comenzaba a sentirme el rey del mundo. Se
escuchaba mucho por la radio, lo ponían en la televisión. La gente
hablaba de él, en las revistas. De repente todo el mundo empezaba a
tomarme en serio...Claro que los empresarios se lo tomaron con más
calma. La misma noche de San Silvestre de aquel año, a medias para
ganarle unos duros y a medias para echar otra vez una mano a Laura
Casale, actué en el Hotel Eurobuilding. Fue una de las últimas grandes
hazañas de nuestra vida juntos.
Laura subía al escenario, cantaba una canción y se iba a echar un trago.
Yo actuaba como batería, pero dado que ella tardaba en aparecer, me
ponía a cantar. Durante toda la noche, hasta el amanecer, estuve
cantando detrás de la batería todo el repertorio imaginable: las
canciones de Laura, las de Pardo, el Achilipú, las de Los Beatles, las
de Federico Cabo, las de Peret, las mías propias, yo creo que hasta las
que me había aprendido en Los Salesianos...Laura aparecía medio grogui,
le daba un meneo a su espetera, la gente aplaudía y Laura se largaba. Y
Camilo Sesto en aquel momento, hubo de cargar con todo el espectáculo.
Yo creo que hasta cerca del mediodía del primero de enero de 1971. claro
que me pagaron cinco mil pesetas...
Ni siquiera durante el verano siguiente logré otra cosa que hacer coros,
tocar la batería con unos o con otros, sacar de nuevos atollerados a
Laura, componer en solitario, correr una vez más al sótano de Caballero
a sacar unas pesetas que precisaba con urgencia. Aunque en teoría iba a
"llevarme" el mánager de pardo, Juan Martínez, a la hora de la verdad la
que me llevaba era Laura o algún otro amigo en plan de samaritano. Y eso
que en primavera había salido otro single mío: Lanza tu voz y A ti
Manuela, una hermosa canción que alcanzó cierto éxito publicitario a
causa del tema. Aunque no se dijo toda la verdad y se añadió alguna
mentira (que estaba dedicada a mi primera novia de Alcoy, por ejemplo),
compuse aquella canción una noche que me enteré de que estaba a punto de
morirse de leucemia una niña hija de unos amigos míos, Cari y Manolo
Lapique, vizcondes de Villamiranda, de siete años. Se llamaba Almudena.
A la mañana siguiente, acudí con una guitarra a la Clínica de la
Concepción para cantársela. Yo me emocioné tanto que tuve que salir al
pasillo para no llorar. Allí donde tú estés yo sé que me esperas, un día
llegaré...Parecía una sencilla canción de amor, una canción sentimental,
pero era algo más que eso: un intento de gritar que el amor era más
fuerte que la muerte. Quizás la pequeña Almudena pudo entenderlo antes
de irse. Aquella era una canción muy hermosa, sí.
Las dos gustaron a mucha gente. Algunos profesionales de la radio
comenzaron a apoyarme, especialmente Pepe Fernández. Mis canciones
sonaban con frecuencia y comenzaron a proliferar a mi alrededor
periodistas y fotógrafos. Y también aspirantes a mánager.
El primero creo que fue Tony Caravaca, que me preparó una verdadera gala
en Torrejón. Antes de actuar tuve que patearme el pueblo para la cosa de
publicidad, después canté durante casi dos horas, mis canciones y las de
otros, y más tarde me fui a mi casa...sin cobrar. El siguiente mánager
debió de ser Antonio Fernández:
-Oye, te organizo una gala en Victoria por sesenta mil pesetas.
-¡!Sesenta mil pesetas!! Ahora mismo firmo.
No me contó que tenía que actuar tres veces en el mismo día, en tres
locales diferentes. Que con ese dinero debía pagar los viajes, a los
músicos y la estancia en el hotel, además de su comisión. Cuando regresé
a Madrid me habían sobrado quinientas pesetas. Juan Pardo seguía siendo
mi productor, y también mi amigo, hasta ahora mismo, pero los negocios
eran un desastre. En realidad, estuve todavía un año cantando para pagar
los gastos, pero poco a poco me iban surgiendo los contratos.
Ay, ay Rosetta (que apareció con la canción de Pardo Mendigo de amor)
fue ya un éxito de cierta importancia. Un programa de televisión que se
llamaba "A todo ritmo" parecía más bien "A todo Camilo", porque allí
estaba yo todas las semanas. Por primera vez sabía lo que era ser
conocido de veras, en la calle, en los restaurantes; ser parado para que
firmes un autógrafo o des una explicación...Y también empecé a conocer
la realidad de las galas viajeras. Con cuatro músicos a mi lado,
viajando en furgonetas, en trenes o en el propio coche de Charo García,
corriendo siempre, para ganar lo justo para los gastos. La primera vez
que actué como Camilo Sesto fue en Burgos, en una discoteca. Llevaba
esperando diez años aquel momento... y cuando llegué a Burgos tenía un
fiebrón de 39 grados. Amodorrado en un sillón del camerino, salía a
escena, cantaba como podía tres canciones y volvía a tumbarme otro rato,
mientras mis músicos continuaban solos. Así varias veces, hasta
completar el concierto. Luego, dormir un rato en el hotel, y a repetirlo
todo en la sesión de noche.
Pero no importaba demasiado. Empezaba ya a trabajar, me pagaban, aunque
muy poco. Los periódicos querían entrevistarme (sobre todo para hablar
de Laura, de Rosetta...), en las emisoras de radio me recibían bien. No
solo cantaba las canciones aparecidas, sino varias otras que tenía
compuestas, especialmente Algo de mí y Todo por nada, que me lanzarían
por fin una vez grabadas en disco. También, desde luego, versiones
personales de las composiciones de Los Beatles. Pero estaba claro no era
un rockero. Y mi argumento esencial a la hora de escribir una canción
era el amor. No he sido infiel a mis principios.
Tenía que darles todo el dinero a mis músicos para que no se me fuesen,
para que me acompañaran cuando ya tenía algún contrato. Venían conmigo
un batería gallego Chupi, el guitarra Rodolfo Catalán, alias Perla,
siempre Jaime Torregrosa al bajo, un muchacho de mi pueblo llamado Paco,
y que moriría poco después en un accidente de camión, el pobre como
guitarra de acompañamiento...Y yo hacía de todo: mánager, de pipa,
cobraba, les pagaba, iba a la estación de Atocha a llevar carteles...Mi
promoción se hacía de boca a oreja. Y así empecé a hacerme popular en
Navarra, en Galicia y en Murcia; un éxito en un pueblo me proporcionaba
pequeños contratos en otros cuatro o cinco vecinos. En Televisión
Española me llamaban de "Estudio Abierto" y de "24 Horas", programa en
el que me hicieron coro mis amigos Ana y Johnny (Alfonso Nadal), más
tarde el "Pilatos" en Jesucristo Superstar, conocidos entonces como Los
Magos de Oz...No me pagaban pero me conocían todos. Hasta que me
preguntaron:
-¿Estás preparado para Madrid, para Madrid a lo grande?
¡Claro que estaba! Y me contrataron en "La catedral de la música, la
discoteca "Jota Jota". Fue un éxito de mucho cuidado, con presencia de
informadores, críticos, comentaristas. La revista Mundo Joven habló a
todo trapo de aquel concierto. Camilo Sesto empezaba a sonar fuerte.
A finales de 1971 el círculo de la espera acababa de cerrarse. Ante el
éxito de la canción de Rosetta, en Ariola se plantearon enviarme a
Londres a grabar con los mejores medios un nuevo disco. Era el artista
español que más dinero estaba dejando en la joven compañía. Aquel primer
viaje a Londres, con Juan pardo y con su mujer, fue para mí el
descubrimiento de un mundo nuevo. Con mi carita de adolescente, con mis
ojos de niño de Alcoy, no podía creer cuanto veía: las palomas de
Trafalgar, el cine porno, los imponentes estudios de grabación,
Piccadilly y Jesucristo Superstar. De las dos docenas de veces que vi
aquella ópera rock, aquella fue la primera, y ya me quedé deslumbrado
para siempre. Si había llegado a Londres estaba seguro de que podría
llegar a cualquier parte. Aproveché para comprarme la ropa más moderna y
para hinchar de confianza mi corazón. Algo de mí tenía que ser ya el
otro lado de la frontera, la entrada en ese mundo al que tanto había
aspirado. Y Algo de mí fue lo que yo me había propuesto: un éxito.