Mari Carmen trabajaba en una joyería. Era morena, guapísima, ferozmente
apasionada. Pilar vivía cerca de "El Parnaso" y acudía al club casi
todos los días. Era también morena y yo estaba entusiasmado por ella.
Lali trabajaba en montajes y vivía por la zona de Embajadores;
mariposeaba mucho a mi alrededor hasta que un día me la trajo Jacqueline
a mi casa, me acosté con ella y se armó tal escándalo que hubo que
llamar a la policía.
Cristina Galbó, la de la película Del rosa y amarillo; también acudía a
"El Parnaso" , nuestro amor fue perfectamente rosa, como el de su
película, tierno y dulce como ella misma, un amor platónico y
hermosísimo que aún permanece. Su hermana Beatriz era también muy guapa,
pero de carácter diferente estaba Laura Casale. Y todas las demás...
De pronto, sin pretenderlo deliberadamente, estaba metido en una
atmósfera en la que la respiración resultaba difícil.
Hasta la aparición de Laura, en realidad, mi relación con todas aquellas
chicas había sido casi plácida; eran raras las escenas de celos, todas
aceptaban que el vocalista de un grupo famoso saliera al mismo tiempo
con varias según su propio humor o según las circunstancias. Por mi
parte, nunca he tenido problemas en querer, y querer mucho, a varias
mujeres al mismo tiempo. Más aún - y es algo que sorprende a todos mis
amigos - nunca he llegado a rupturas definitivas o a peleas sin
solución. Por eso hablan ellos del harén. Confieso que no puedo
comprenderlo, pero siempre se han mantenido unidas a mí todas las
mujeres con las que he convivido; sigo siendo amigo de todas ellas,
amante ocasional incluso. Frecuentemente hablamos por teléfono, nos
encontramos en concierto, en casa de amigos comunes, incluso en las
nuestras.
Esa relación, naturalmente, es más intentarlo con unas que otras, pero
nunca he roto mis relaciones con ninguna. Así que, en veinte años, he
ido acumulando docenas y docenas de apasionados amores, estables o
efímeros, plácidos o violentos, conflictivos o segados, celosos e
infieles. Dedicarles aquí a todos ellos el espacio que han tenido y
siguen teniendo en mi vida, intentar describirlos con pormenores y
detalles precisos supondría llenar más páginas de las que llevo ya
escritas y que empiezan a parecerme excesivas. En realidad, ¿ tiene
alguna importancia para los demás el gesto soñador de Cristina, la
belleza increíble de las piernas de Amelia, lo que sucedió en un
ascensor con María Luisa...?tal vez sea suficiente extraer la memoria de
una pequeña antología, aquellas mujeres que más influjo han tenido en mi
vida, las que me enseñaron a amar de forma más dramática o duradera, las
que con su inolvidable presencia protagonizan las palabras de tantas
canciones mías - aun en secreto -, las que llenan mi música.
En medio del desmadre de la formación y del desmembramiento de los
grupos apareció un enano muy liante que se llamaba Teddy Ray y había
organizado una especie de caravana musical para ir a Salamanca:
conjuntos, cantantes, actores gente de circo... Manolo Varela andaba
liado con la secretaria de Laura Casale, Jaqueline, y me fui con él a
televisión donde acababa de actuar su patrona. El me había recogido de
una piscina. Aparece la Casale, rubia, despampanante y se asoma al
interior del coche:
-¡ Ay, qué niña tan rica! - va y dice.
-Oye, que no soy una niña. Soy un hombre, ¿ no lo ves? - respondí un
tanto enfadado.
Mi piel quemada por el sol y todavía más delgado que ahora... No sé si
pesaría sesenta kilos ... Se colocó a nuestro lado el autobús del enano
y empezó a subir gente.
-¿ Por qué no vienes a Salamanca con nosotros? - me preguntó la Casale.
Me gustó la idea. No tenía nada mejor que hacer.
Me fui con ellos. Iba en el grupo un cantante llamado Fredy que hacia
anuncios de un café y cantaba aquello de voy a pasar mi luna de miel en
Tenerife. Iba un conjunto inglés con dos cantantes, uno rubio con una
melena tipo Jane Mansfield y el otro moreno y pintadísimo, los dos con
una pluma como para ingresar a la Academia ... Llegamos con una hora de
retraso a la plaza Mayor de Salamanca y la gente estaba furiosa. Empezó
a gritar y a abroncarnos antes de bajar del autocar. Yo pensé que cuando
aparecieran los ingleses con aquellas pintas y la Casale, explosiva como
una bomba atómica, el enano y los demás, iban a lincharnos a todos. Pero
alguien calmó los ánimos y el festival se desarrolló sin problemas. En
el regreso Laura se pasó el viaje arropándome y cuidándome como una
madre; me obligo con una caricia a bajar en una parada y me hizo beber
un vaso de café con leche y comerme un bocadillo, porque sabia que no
había cenado y estaba amaneciendo.
Así empezó un romance que duró casi cinco años, hasta el 9 de Enero de
1970.
Laura Casale era italiana, de Turín, pero había vivido muchos años en
Francia. En el año 1962 había ganado el Festival del Mediterráneo con
una canción que decía cuando conmigo estás, je t´ aime ..., je t´ aime
..., después de que Federico Gallo , en directo por televisión, dijera
que había habido fraude en la votación que daba vencedora a Nubes de
Colores, cantada por José Guardiola. Se dieron más votos que votantes
había. En España Laura se hizo famosa en seguida, por tanto por sus
canciones como por su aspecto físico. Tendría cuando yo la conocí... la
verdad es que nunca supe su verdadera edad; era bastante mayor que yo. Y
era de esas mujeres que hacen volver la cabeza al verlas. En cuestiones
sentimentales era tan furiosa e insaciable como su aspecto físico hacía
pensar, géminis fogosa y absorbente, volcánica.
Cuando la conocí en el viaje a Salamanca era novia del manager de Los
Botines. Paco Candela, pero estaba al mismo tiempo liada con otro músico
del dúo mexicano Los Yorsis, Alejandro Malpica, uno que cantaba un
asunto muy ingenioso con este estribillo: rascacaracatisquitascatisqui
...¿O vivía con Malpica y estaba liada con Candela? ¿O vivía con los
dos? Aquello era realidad como una telenovela escrita por un loco.
Malpica me llamaba " el flaco" cuando me veía en la casa de ella en la
calle Ilustración, a la que me invitaba a comer suculentas pastas casi
todos los días. Yo aparentaba quince años, de modo que Malpica nunca me
vio como un contrincante hasta que, unos días mas tarde, en uno de
aquellos arranques de furia a los que me acostumbraría yo muy pronto, lo
echó a patadas de su casa, con maletas y bagajes, en una escena
maravillosa de gritos, insultos y tortas. Casi sin comerlo ni beberlo me
quedé de amo y señor de aquella casa.
Como me había quedado sin Botines, pasé el verano acompañándola en sus
galas y cumpliendo rigurosa e incansablemente mi papel de garañón
exclusivo del que Laura tenía imperiosa y continua necesidad. Y en
cualquier parte.
Únicamente he conocido en mi vida a otra mujer que se le pudiera
comparar en sus arrebatos eróticos. Cualquier sitio público o privado,
cualquier momento, eran buenos para demostraciones de amor. No importaba
dónde: cines, ascensores, bañeras pasillos, cabinas telefónicas, un
bosquecillo junto a la carretera, de día, de noche... En cualquier
momento estaba dispuesta a hacerme un alivio.
Cuando me cité con ella por primera vez, en los bajos del " Rex"- ella
vestía un traje amarillo con un escote en la espalda que llegaba hasta
donde aquélla "pierde su honesto nombre"; yo me había puesto un traje
azul cruzado, lo mejor que tenía - le regalé mi primera rosa "Royal
Bus".
-No sé si llevarte a bailar o al colegio - dijo ella.
-Por una mujer como tú daría la vida - le respondí muy serio.
Laura no se demoró mucho en sus exigencias. Fue el día 18 de Julio, día
de San Camilo de Lelis, "celestial" patrono de los hospitales", como mi
tocayo escribe en el encabezamiento de su espléndida y terrible novela "
San Camilo, 1936", que leí años mas tarde "con gran aprovechamiento",
como también él diría... 18 de Julio, fiesta nacional todavía y todavía
mi santo, que luego me lo han retrasado en el Vaticano al día 14.
Cuando llegué a casa de Laura, me dijo tranquilamente:
-¿ Qué quieres como regalo de cumpleaños?
Tú ya lo sabes, Laura...
Y se desnudó en medio de la habitación. ¡ Madre mía! Y toda ella sola
para mí...
Pues bien, a veces, para recuperarme de tan satisfactorios y constantes
esfuerzos, me quedaba solo en casa ( vivíamos en tres o cuatro
diferentes, sobre todo en una de la calle de Ibiza) mientras ella iba a
actuar. Me quedaba pintando, como siempre para "Marcos y Molduras
Caballero", ya que, sin músicos, debía seguir ganándome la vida por mi
cuenta. Con Laura, cada uno tenía su propio dinero ( aunque, en mi caso,
hablar de dinero en esa época me parece excesivo). Ella ganaba mucho
más.
Y una tarde apareció por allí Varela con su novia Jacqueline y Lali, la
de los montajes. La tal Jaqueline tenía unos líos horrorosos con todo el
mundo, especialmente con su socio. Muy hábil en lo amoroso, como buena
francesa, se las arregló para que Lali y yo fuéramos a la cama juntos.
Y en esas estábamos cuando apareció Laura Casale. Empezaron a volar
lámparas y discos, almohadones y sillas. Todo dios chillaba y sacaba a
relucir trapos sucios. En seguida llegaron los golpes, tirones de pelo,
revolcones. ¡Y yo con 19 años en aquel berenjenal! Laura no estaba
enfadada conmigo; sabía de mi capacidad de ser fiel, pero también de
hombre y sabía que no busqué aquello, sino que fue su secretaria la que
me puso a Lali en bandeja y cama mientras ella faltaba de casa.
Y furiosa también con Varela, el cual a su vez tenía problemas con la
francesa... Aquello era un desastre monstruoso y yo estaba en el medio
de todo y de todos.
En cierto momento de la batalla, Jaqueline decide solucionar la cosa
cortándose las venas con una botella de ginebra rota. Agita la muñecas
delante de nosotros y comienza a salpicarnos la sangre. Todo el mundo se
pone histérico y alguien llama a la Policía y a un médico.
Antes de que aparezca, Laura tiene un arranque de sensatez. Se da cuenta
de que todavía soy menor de edad y que pueden surgirme problemas, me
esconde en un armario y entre todos intentan explicarles lo ocurrido a
los policías, que no consiguen aclararse. Al final, se llevan a
Jacqueline a un hospital y deciden olvidar el incidente.
Fue el primer gran shock de mi vida profesional, el primero serio. Salí
del armario llorando, gritando improperios contra todos aquellos amigos
que se amaban y se odiaban al mismo tiempo, que flotaban en la vida como
nubes de plástico, que no se paraban un segundo a pensar en nada. Era
terrible.
Inmensos arranques de amor y escenas semejantes fueron el caldo habitual
de mis años con Laura Casale. La mujer que de pronto se montaba en el
coche y conducía hasta Almería para llevarme a la mili una caja de
ostras, se liaba a golpes conmigo en arrebatos de celos, echaba cerrojos
en la casa para que no pudiera salir y me amenazaba con el suicidio si
la abandonaba. Todo ello en medio de las más frenéticas escenas de amor.
¿Cómo resistirlo todo a los veinte años?.
Lo resistí.
Incluso cuando intenté segar de raíz mi incipiente carrera
cinematográfica...Manolito Varela, me habló de un productor que me
buscaba para que me presentara a unas pruebas que estaban haciendo para
la película Los Chicos de Preu. Ofrecían dieciséis mil pesetas a cada
uno de los protagonistas, poco dinero entonces pero que a mí me venía
muy bien, aún cuando debía aportar vestuario propio. Pedro Masó me
aceptó enseguida: "Exactamente eres el muchacho que necesito". Mi papel
era de hijo de José Luis López Vázquez y formaba parte de un grupo de
jóvenes protagonistas, entre los que estaban Emilio Gutiérrez Caba,
Marta Baizán, Karina, María José Goyanes...y Cristina Galbó. Una tarde,
concluido el rodaje del día, fuimos en grupo a una discoteca. Allí como
de costumbre, me entretuve con Cristina y tardé cosa de una hora en
llegar a casa. Laura Casale se enteró de inmediato y al día siguiente se
levantó en silencio, cerró con llave la puerta de la casa, sabiendo el
daño que me hacía y sabiendo que me estaba esperando medio centenar de
personas para trabajar. El rodaje tuvo que suspenderse durante toda la
mañana por culpa mía, mientras Laura y yo nos peleábamos a puerta
cerrada. Y el jadeo posterior me impidió ir a cantar al Club Caravelle,
donde el teatro Barceló, el Pachá de hoy, en donde trabajaba entonces.
La vida con aquella Marilyn Monroe era muy difícil. Si no hubiera
existido el intermedio de la mili, no hubiera podido resistir tanto a su
lado. Las broncas, siempre por celos eran continuas. Incluso un día en
Torremolinos me lanzó un tocadiscos porque estaba bailando un
rock-and-roll con una hermana suya. Todos los objetos volaban de sus
manos y yo, naturalmente, no podía quedarme quieto. Así que había que
liarse a tortazos de vez en cuando para calmar los ánimos. Y, sin
embargo, Laura Casale se portó maravillosamente conmigo. Me quiso mucho,
me cuidaba con un cariño inmenso. No solo era una mujer apantallante, a
cuyo lado cualquier hombre se cree un genio, sino que poseía enormes
virtudes. Realmente nos queríamos con cuerpo y alma, con piel, huesos y
sangre.
Y cuando ahora, de tarde en tarde, nos vemos, sabemos que todavía
seguimos queriéndonos.
Pero no podíamos vivir juntos.
Una tarde, el 9 de enero de 1970, después de una pelea terrible, decidí
marcharme de su casa. Mientras pensaba en dónde iba a pasar la noche,
fui a cenar, al cine y luego a la discoteca "Jota Jota" para meditar en
mi futuro y calmar mis nervios. Allí me encontré con una amiga que había
conocido poco tiempo atrás, Rosetta Arbex, secretaria de Juan Pardo.
Le conté mis sufrimientos y ella me dijo:
-No eres solo tú el que sufre, acaba de ocurrirme algo parecido...
¿Por qué era todo tan complicado? ¿Tan sencillo? Para consolarnos
mutuamente de nuestros sinsabores, Rosetta me dijo que podía irme a
dormir a su casa, ya que no tenía otro lugar en donde hacerlo. Me quedé
a su lado ocho meses, que no fueron más pacíficos que los cuatro años y
pico que pasé con Laura Casale.